Las obras literarias maestras poco o nada tienen que ver con la vida personal de sus autores, muchas de ellas trágicas, alocadas, banales y hasta canallescas. Han sido numerosos los libros prodigiosos que han salido de mentes calenturientas y magulladas hasta el tuétano.
Cada filia o aversión personal sigue senderos de inspiración distintos a la de su propio creador. Siendo esa la razón de que seres endemoniadamente malévolos realicen creaciones prodigiosas, donde imperan la dulzura, el sentido común y la belleza en sus rangos más elevados.
Cada una de las lenguas escritas conservan ardor, ramalazos recónditos, ternura sensitiva, apegos, y un condimento de reciedumbre entre los callos del espíritu que fascina.
En una pasada columna glosamos “El viaje a Echo Spring” de la autora inglesa Olivia Laing, en la que resaltamos su subtitulo esclarecedor: “Por qué beben los escritores”.
La interrogación no sirve de soporte púdico, al ser cabalmente cierto que en la literatura universal rezuma el alcohol y el mejunje de disparejas drogas duras.
Los reconocidos talentos – en hombres y mujeres - pueden ser insoportables en lo personal, truhanes de profunda calaña, mentirosos a nivel superlativo, pendencieros, oníricos sin medida, y aún así de ese fango oscuro ha salido y saldrá belleza portentoso. La gloria futura quizás repose en el pago de la propia muerte desdichada.
Olivia Laing lo subrayó: “Las drogas y la literatura siempre han estado íntimamente ligadas porque las primeras pueden obrar como catalizadores de la segunda. Y muchos son los escritores que estarían dispuestos a firmar un pacto fáustico con el dios Baco que les permitiera concebir una obra maestra”.
El iconoclasta Norman Mailer formó parte de los admirados escritores norteamericanos que bebieron alcohol y fumaron narcóticos hasta la perdición, y aún así, o tal vez a recuento de ello, nos ha dejado en sus libros un permanente aguijón atosigado contra el poder político establecido.
Padre del llamado “nuevo periodismo” mucho antes de que lo reinventara Tom Wolfe, en una recopilación de sus grandes reportajes periodísticos con el nombre de “América”, desnuda, al trasluz de una palmatoria, diversas reseñas humanas golpe a golpe.
Niño judío nacido en Brooklyn, nada en su biografía apuntaba hacia el periodismo ni la literatura, presentando cara a ello algo prodigioso: la existencia posee caminos bifurcados que empujan hacia puertas insospechadas.
El libro “América” es híbrido, usa la técnica de la novela y con ella hace reporterismo, destacando la reseña del mítico combate en Zaire entre Muhammad Ali y George Foreman, en la cual hay mucho de sus vivencias como boxeador aficionado en combates con Francis Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway.
El lugar en que el autor parece sentirse a gusto se llama política, y eso sucedió cuando fue enviado a cubrir la convención demócrata de 1960 con un John F. Kennedy virtuoso saliendo de la espuma que moldea la gloria.
¿Son reportajes o memorias? Ambas cosas. André Malraux, el de las “Antimemorias”, discrepaba cuando se preguntaba: ¿Qué libros merecen ser escritos, excepto las memorias? Muchos, por ejemplo “El Quijote” o “El rey Lear”. Ante todo La Biblia, al ser el compendio de los cien mil libros de Dios.
Gabriel García Márquez, el más universal de los escritores latinoamericanos después de Borges, al presentar el primer volumen de sus memorias con el rebuscado titulo de “Vivir para contarlo”, dijo haber pincelado su vida de escritor con escobillas de periodismo y la fuerza de un extraño don interior.
En Bahía de Todos los Santos, el sumo sacerdote de esa religión de mujeres pariendo entre hojarascas de plátano, Jorge Amado, con comisura de un babalao, solía decir entre taza de café boca abajo, tabaco bañado en ron, que si un escritor nace sin el “don” de nada valdrá esforzarse.
Mailer nunca fue un ser disímil, tampoco lo intentó, al creerse mortal hasta el final de su vida.
Y así, en esta recopilación de artículos sentimos que los norteamericanos deben al cielo protector el haber tenido una conciencia que les puyó y los invitó a salir su modorra.
Si el presidente Donald Trump leyera literatura uno le recomendaría que en sus noches en la Casa Blanca dedicara tiempo a la lectura, procurando que no faltaran dos obras de Mailer en su mesita: “América” que comentamos, y “Miami y el sitio de Chicago”. En este libro él se vería retratado.
Ahí se relatan los días en que los republicanos eligieron como candidato a Richard Nixon en la convención de Florida , y ese hecho es imagen plena del caos que actualmente vive Estados Unidos, con grandes manifestaciones, policías antidisturbios, ataques a los medios de comunicación y una nación dividida. Lo contado por Mailer ha regresado. .