Esta podría ser la moraleja de la sentencia dictada por la sección primera de la Audiencia Provincial de Baleares el 17 de febrero pasado.
Vaya por delante que leí los setecientos cuarenta y uno folios de la sentencia en cuestión y mi opinión podrá ser o no compartida pero está documentada. Samanthas, la magistrada ponente hizo honor a su nombre, de origen arameo y de significado “mujer que ilumina con su sabiduría” y “la que sabe escuchar”, y elaboró una sentencia consistente, detallada, concienzuda, meditada y de buena factura técnica. El apartado rubricado “Individualización de las penas”, es un tratado doctrinal y jurídico sobre los distintos delitos en presencia y la jurisprudencia dictada en cada uno de ellos a partir del cual la sentencia gana peso y fortaleza argumebntal. Que diferencia con los autos del juez Castro escritos “calamo currente”, sin detenerse mucho a pensar.
La sentencia es un torpedo a la línea de flotación de la instrucción del juez Castro, auténtico perdedor de la contienda, aunque una parte de la ciudadanía y otra parte de los medios lo siguen jaleando como un héroe por haber sentado a la Infanta en el banquillo, circunstacia por la que pasará a la historia. Pero no frivolicemos con este asunto. Se ha sentado en el banquillo a personas inocentes. El caso mas flagrante junto con el de la Infanta fue el de Mercedes Coghen del que la sentencia dice que “no pudo desplegar mayor diligencia que la observada”. Sin embargo fue imputada. Castro, funcionario de prisiones llegó a la judicatura por el cuarto turno y eso, guste o no guste, se nota. La instrucción fue televisada, radiada y mecanografiada. A Castro le gustan más los medios que a un tonto un tambor. Los jueces deben estar alejados de los focos y el único conocimieneto que se debe tener de ellos nos los deben porporcionar sus escritos, sus estudios, sus sentencias. Castro, orillando la ética que debe imperar en la profesión en base a la cual no se deben comentar las sentencias del órgano superior, se permitió emitir juicios de valor del estilo de “ El tribunal deja claro que la Infanta era una mujer florero” o “Que se le pregunte a la Pantoja si ha recibido el mismo trato que la Infanta”. Esa es su gran aportación al mundo del derecho. Son expresiones propias de un juez resentido. Debió de ser apartado del caso cuando fue sorprendido tomando unas copas con la abogada de Manos Limpias. ¿De qué hablaron, del tiempo?. Desde ese mismo momento la instrucción quedó contaminada.
De dieciocho imputados, diez fueron absueltos. Este hecho debe obligar a pensar. La instrucción fue penosa. Los jueces reclaman independencia pero ¿responden de sus actos? ¿Se puede sumir a un inocente en el infierno familiar, social. mediático y económico durante años sin asumir responsabilidad alguna?
¿Se puede sembrar el camino con cadáveres de inocentes sin condena alguna?
Es la única profesión en la que equivocarse no cuesta nada. Independecia sí, pero responsabilidad también.
El Fiscal Horrach tampoco se salva del varapalo. Pidió penas a diestro y siniestro, atemperadas a sus justos téminos por la sentencia. Vacilo entre la prisión preventiva sin condiciones o eludible con fianza para Urdangarín y optó por esta última, lo que le evita una nueva derrota. Porque ¿puede haber riesgo de fuga de quien tiene dos escoltas permanentes?
La condena en costas a Manos Limpias me parece ejemplarizante, no solo porque ahora sabemos lo que había detrás de esa petición de pena máxima vinculada a la extorsión, sino porque su actuación según la sentencia “resultaba carente de toda consistencia…con un claro componente perturbador”.
En el Derecho Romano había una banda de juristas integrada por Gayo, Paulo, Ulpiano y Justiniano y al estudiarlos, a algún alumno humorista se la ocurrió aquello de “Viva el Derecho Romano que al esclavo manu mite y a la esclava mite mano”. Hoy el Derecho no incita al humor, da pena.