Baño de nacionalismo

 

Acabo de ver a través de "La Sexta" la toma de posesión de Donald Trump como 45 presidente de los Estados Unidos. Fueron 16 minutos de una intervención medida pero ultraconservadora y nacionalista. Está claro que a partir de hoy, 20 de enero de 2017, el mundo va a cambiar porque así ocurrirá en la aún primera potencia del planeta.

Será que miraba la pantalla con ojo critico pero tengo la sensación de no haber visto a ningún ciudadano de color si exceptuamos al juez que tomó juramento al vicepresidente, muy germánico de aspecto, a Obama y su esposa con cara de circunstancias y a algún miembro del servicio secreto. En las afueras del recinto donde se dieron cita 900.000 personas, muchas menos que en la toma de posesión del anterior presidente, violentos incidentes entre manifestantes anti Trump y la policía, al estilo de lo que ocurre en los países de la tolerante Europa.

El discurso del nuevo presidente norteamericano se puede resumir en que a partir de ahora los Estados Unidos serán para los americanos con especial referencia al pueblo y a la crisis, pese a tener solo un 4 por ciento de paro, que según Trump vive su país.

Toda la escena, lo digo con todo respeto, tuvo aire de telefilm de Neflix. Quedó claro que la mayor preocupación del nuevo presidente es la creación de empleo para lo que, entendí, no se va a andar por las ramas apretando, ya veremos hasta donde, a las empresas estadounidenses que operen en el extranjero y se olviden de su nación. Ví obsesionado a Donald Trump con esas fábricas abandonadas y llenas de óxido y, por supuesto, en su única alusión al ciudadano de color manifestó que blancos, morenos o negros, todos tienen lo mismo: sangre roja para luchar por su país, a cuya suerte confía al ejército, a la policía y a Dios.

Por supuesto ni una sola alusión concreta a la Unión Europea, ni a China, ni a Rusia y sí al terrorismo islamista que promete hacer desaparecer. Con fuertes dosis de gomina en su teñida y rutilante melena, pese a que debía de haber mal tiempo, ya que en el curso de la ceremonia aparecieron algunos paraguas y el personal tenía cara de estar pasando frío, al nuevo presidente no se le descolocó ni un pelo. Antes de llegar al estrado le precedieron sus nuevos ministros, todos blancos, mayores y de porte absolutamente conservador. Solo distinguí a una mujer, también de cierta edad.

Obama y su esposa aguantaron el chaparrón aplaudiendo friamente por educación al igual que Hillary Clinton y su esposo que con su presencia dieron un sentido demócrata a la continuidad en la institución, todo lo contrario que los 50 congresistas de su partido que se negaron a asistir al acto.

Como digo, a partir de hoy se inicia una nueva etapa mundial de consecuencias incalculables que no sabemos a donde nos llevará. Desde las 6 de la tarde, hora española, el maletín con el botón de los misiles ya sigue al nuevo presidente allá por donde vaya. Yo lo que no he podido olvidar de toda su campaña es el proyecto de construir un nuevo muro que separe México de los EE.UU. como freno a la emigración. Para muros ya tuvimos bastante con el de Berlín. Que Dios nos coja confesados.



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