El que la sigue la consigue y así ha ocurrido con la propuesta de Don Patricio Prado Pañeda que después de intentar en dos ocasiones que el Premio Derechos Humanos de Siero recayese en la persona del sacerdote don Alejandro Solalinde Guerra, creador del Albergue “Hermanos en el Camino”, sito en Ciudad Ixtepec (Oaxaca) ahora, a la tercera, lo consiguió. “Hermanos en el Camino” es una Institución que tiene como objetivo principal acompañar, arropar, dar cobijo y garantizar la seguridad, personal, jurídica, de todas las personas o “migrantes” que salen de América Central y pasan por Méjico en busca de una oportunidad en su vida en EEUU, y para lograrlo tienen que pasar tal cúmulo de calamidades y vejaciones que , como muy bien refleja el periodista salvadoreño Don Oscar Martínez en su libro "Los migrantes que no queremos", estremecen a uno.
En tiempos de relativismo, de deshumanización salvaje, de culto al becerro de oro, al dinero – como casi siempre y si no que se lo pregunten a Moisés- que venga una voz cargada de fe, de misericordia y amor y nos recuerde que somos Hijos de un mismo Padre y que está en nuestras manos hacer un mundo mejor , más humano, más fraterno y todo ello en tiempos de deslocalizaciones masivas - se habla de casi 60 millones de desplazados en todo el mundo; más de 4.700 desaparecidos en el Mediterráneo en lo que va de año- , obliga a ser agradecidos y generosos, aun sabiendo que nunca lo seremos bastante, pues testimonios como el suyo no tienen precio y más en estos momentos donde el gran enemigo de la especie humana es la indiferencia, la deshumanización, el apego a las cosas antes que a las personas
El pasado lunes, 12 de diciembre, mientras en “El Cerrito” de Tlapacoyán millares de personas venidas desde los más diversos lugares de Méjico y del extranjero se disponían a venerar a su “Morenita del Tepeyac o Virgen de Guadalupe” ahora que se cumplen los 485 años de su aparición al indio Juan Diego – ese fin de semana el gobierno mejicano preveía casi siete millones de visitas al santuario- , aquí , en el Auditorio de Pola de Siero, premiábamos a uno de sus hijos, Don Alejandro, que bien sabe de los amores, llamadas y mandados de la Madre, que desde siempre ha estado preocupada de todos, pero especialmente de los más necesitados, de los que sufren, de los que penan, de los que imploran su protección. Aquí don Alejandro nos ha dicho palabras muy bonitas, muy sencillas, muy vividas, muy necesarias desde su confesión de discípulo de Jesús- emigrante apenas nació - el Dios hecho hombre para salvarnos, y de sus luchas por llegar al Cielo, meta de todo creyente- “soy un hombre de fe y no tengo miedo a la muerte, quiero ser fiel a mis principios…”- .
La entrega del Premio Derechos Humanos en su décimo sexta edición dentro de la sencillez, naturalidad y grandeza ha dejado huella, ha calado a todos, pues no siempre se logra una conjunción tan perfecto entre la palabra y la música como en esta ocasión, en que ambas hablan y proclaman el mismo idioma, la misma partitura, la de la “dignidad” y así, después del lógico protagonismo de la palabra (discursos de los intervinientes), pudimos deleitarnos con los sones de “La vida es bella”, con el Himno de la Paz de Pau Casals y con melodías saharianos, previamente introducidas certeramente por don Manuel Paz, director de la OCAS, pero quedaba una sorpresa, algo imprevisto e improvisado y tengo que confesaros que lo esperaba, pues sabía de la vinculación y amor a Méjico del proponente don Patricio Prado Pañeda y de su época de cantante de rancheras, y así lo demostró al interpretar la inolvidable y difícil pieza de Chavela Vargas titulada “Llorona”, en la que acompañado a la guitarra por propio Director d eclipsó a los presentes con sones que hablan de “ Tápame con tu rebozo, Llorona, porque me muero de frío…No sé que tienen las flores, Llorona, las flores de un campo santo, que cuando las mueve el viento, Llora, parecen que están llorando…”
Podría seguir hilando, añadiendo palabras, pero sé que la magia de lo vivido no siempre se puede trasponer en texto, en palabra, pero me doy por contento si nos queda el mandato, la llamada, si nos aviva y nos estimula a combatir la gran lacra de la sociedad actual, que no es otra que la indiferencia, el egoísmo más inhumano.
Una vez más se demuestra que lo que bien empieza, bien acaba, y es que gracias a la lectura y curiosidad de Patricio y al apoyo de sus vecinos de Viella - especialmente a los caballeros de la Orden del Paso- , del Consejo Local de Solidaridad y de los Grupos políticos de este Ayuntamiento hemos sabido que la “morenita del Tepeyac”, la Guadalupana, en boca de don Alejandro nos ha cantado sus “mañanitas” que nos arrullan que “muchos pocos hacen mucho”, y que si nosotros queremos “Dios nos ayudará a construir un mundo mejor, sin excluidos, donde todos seamos incluidos”. ¡Enhorabuena a todos!