Mirar hacia Europa

La Unión Europea – la más concreta idea renacida  desde la caída del Imperio Romano – padece achaques, golpes bajos de sus miembros y, aún con esos leñazos,  el continente no deja de aflorar expectativas asentadas en  tasaciones ilustradas.

 El continente  tiene enorme tarea: encauzar el arribo de miles de seres paupérrimos sobre el largo corredor de los Balcanes, huyendo en desbanda ante el terror de la guerra en Siria y sus contornos, un drama esperpéntico sobre la conciencia del humanismo tan en boga y a su vez tan mal ejercido. 

El alma o  sentido de la conciencia, posee aposentos que la razón no comprende.  Los seres abandonados ahora mismo a su protervo destino desgarran las entrañas. El que sufre siempre un pedazo no reconocido de nuestro propio yo.

Ese conjunto de estados que forman Macedonia, Serbia, Croacia, Eslovenia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Bosnia y Montenegro, y de cuyas historias pasadas  y presentes surgió un crisol de movimientos migratorios a recuento de los lastimeros conflictos bélicos en la zona, hoy miran, intentando no ver,  hacia otra parte.

Austria, cuna de Adolfo Hitler, y que se avizoraba hacia ese viento que hiela la sangre, elevó anhelos en  apoyo de los expatriados en las últimas elecciones. No podía ser menos, al haber germinado allí las extraordinarias páginas literarias de Stefan Zweig, Robert Musil, Joseph Roth y  Rainer María Rilke.

La noción aristotélica de la  equidad humanística anhelada en los escritos de Platón a Heidegger o Sartre, se ha venido deteriorando. Vamos – parodiando a Rubén Darío  - del hermano hombre al hermano lobo. O quizás nunca hemos dejado del todo la condición de animales irracionales que surgen entre los vapores de la sinrazón.

 Y en ese varapalo ha sorprendido el cambio de Angela Merkel  esta misma semana al ser reelegida de nuevo candidata a las próximas elecciones alemanas por la Unión Demócrata Cristiana (CDU).

La canciller,  bastión hasta ayer mismo en la defensa de los proscritos, se retrato ante las exigencias de miles de sus electores,  y  en el recinto de la feria de Essen afirmó  “que no se puede seguir manteniendo en el país una situación como la del año pasado, cuando llegaron 890.000 refugiados”. Ante el calor de los aplausos de los asistentes, unánimes y prolongados, subrayó algo a lo que ella misma se había opuesto hace apenas tres meses: no prohibir el uso  en Alemania de la burka y niqab musulmana, ya que formaba parte de la libertad religiosa.

Ahora tronzó de cuajo ese apoyo: “Aquí hay que demostrar la cara. El velo integral ha de estar prohibido donde sea posible”, y es que la política del voto posee destemplanzas que la propia cognición, en profusos momentos, no comprende. A la par  prometió una expulsión masiva de ilegales.

La Europa nacida en el Tratado de Roma de  1957 -  primer escalón de la UE  tal como al momento conocemos -,  se volvió un cuadrilátero de tensiones, contramarcha y desacuerdos.

A partir del día de que los  primeros homínidos vinieron de África,  con el deseo de aposentarse en tierras fértiles, desplazando o uniéndose a otras tribus, poco o nada ha cambiado.

Siempre, y más en la Europa de ahora mismo, la epopeya de los errantes al encuentro de fronteras, termina  convertida en muladares atiborrados  de púas donde no cruza ni el aire.

Vienen de pueblos en que  pululan insectos palúdicos, escasea el agua  y a los surcos se  les practica una desgarrada cesárea pidiéndole al cielo que broten  algunas semillas.

Cada desplazado sabe de sudarios. El exilio es un ahogo que los años no amainan al fundirse con afanes sin destino.

La aversión hacia los extrañados propaga antipatías y nos negamos a tomar conciencia de ese mal.

Karl Marx señaló en su tiempo: “Hay un fantasma recorriendo Europa, el comunismo”. Lo ecuánime sería decir en este mismo instante que ese espectro temido es la emigración proscrita y repudiada.

 



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