La victoria de Donald Trump fue un batacazo histórico, apabullante, demoledor, lanzado sobre los grupos de opinión insertados en los Mass Media al estar convencidos de poseer un ciclópeo poder sobre los ciudadanos, sólidas corporaciones y organismos gubernativos. Mayúsculo resbalón. Un mazo a la cabeza.
No se hundió únicamente Hillary Clinton en ese pandemónium salido del “Paraíso Perdido”, sino reconocidos analistas especialistas en toda materia existente y opinadotes de oficio. Los sabuesos medios de comunicación dieron la cómica, han perdido credibilidad a espuertas y tardarán en recuperarla a un nivel aceptable, si es que lo consiguen.
Esto demostró el nulo conocimiento de la realidad que se les acercaba y no quisieron verla, e igualmente ignoraron que el periodismo encarna la objetividad, y más aún: desconocieron la dirección hacia donde iban los tiros. Erraron en demasía y orinaron fuera del bacín.
Se habló del poder de los sudamericanos en estas elecciones votando por Clinton. Otro embozo. Los propios latinos no creyeron que expulsaría a 11 millones de indocumentados. Lo que si dijo el hoy presidente electo fue que echaría del país a las pandillas Maras.
La lista de los sabuesos del cuarto poder que se hundieron es larga y reviste una caterva de sólidas cabeceras periodísticas. Al decir de los conocedores de ese mejunje, la opinión centrada en derrotar a Trump fue, con escasa diferencia, unánime. La flor y nada del periodismo norteamericano que va del “The New York Times” al “Washington Post”, 'Miami Herald', 'The Atlantic”, “The Cornell Daily Sun” o el “Providence Journal”, habían tomado completo partido por Hillary Clinton
. En ese tándem se hallaban clavadas las inmensas fuerzas de las cadenas televisivas que son monstruos al momento de lavar cerebros. En Miami Telemundo.
Más de 90 publicaciones insertaron editoriales proclamando su apoyo a la señora Clintony demandaban darleel voto.
A las pocas horas del triunfo republicano ya escribía compungido “The New York Times”: “La victoria de Trump es un golpe humillante para los medios de comunicación, los encuestadores y la dirigencia demócrata dominada por Clinton”.
Es certero que Trump hizo campaña populista a carta cabal – esto no debería hacer olvidar que es un empresario en campos trillados -; con ella se elevaron los demonios del racismo virulento y la misoginia. Habló de levantar un muro en la frontera con México e impedir la entrada de migrantes (su esposa, la primera dama a partir del 20 de enero, procede de un pueblo de Eslovenia); tuvo palabras fuera de tono contra su competidora, propuso el fin de toda colaboración internacional y de bajar la ayuda a Israel, el guardián del conflictivo Oriente Medio, y algunas majaderías más. Estaba en campaña y ahí acerbamente todo parece valer. Ya invicto, lanzó un discurso conciliador, apaciguado, felicitó a la candidata demócrata por la “dura batalla” que habían escenificado y solicitó entendimiento entre todos lo estadounidenses.
Incontestablemente la caída de Hillary Clinton significa un cachiporrazo al llamado establishment que impedirá dar continuidad a la tarea inacabada de Barack Obama, tanto en los asuntos internos como en política exterior. Con Rusia habrá un entendimiento nada fácil. Hacia Cuba, menos colaboración. La Habana se ha ido dejando querer y no ha dado en contrapartida nada a su pueblo. La falta de libertad en la isla está en el mismo lugar en que la dejó Fidel. Con Latinoamérica todo seguirá lo mismo. Los países liberales recibirán apoyo, los autoritarios deméritos.
La señora Clinton asumía el desafío de desplegar una amplia reforma migratoria que permitiría regularizar a miles de personas que llegaron ilegalmente a esa heredad en la que todo sueño es posible. Ese contexto que necesita ser enfrentado con una solución justa, queda ahora en puerto seco.
Es incuestionable que para bien o mal los Estados Unidos de América gravitan cual péndulo de Foucault. Sus decisiones son la mano que mece la cuna, el barreño en el que se halla flotando la cuarta parte del planeta. Si Washington carraspea, estremece los hilos de la política mundial y a la mayoría de sus habitantes les dará espasmos de ahogado. Cerrarse a la banda sería funesto, aún sin no fuera aparentemente notado.
En lo personal no creo sea un arcano la victoria Donald Trump, más a sabiendas que además de las prodigiosas ciudades elevadas a las alturas a recuento de sus gigantescos rascacielos, riquezas inconmensurables, multimillonarios a granel y toneladas de habitantes aparentemente contentos con su música, béisbol y barbacoas, existe un Estados Unidos profundo que solamente hemos alcanzado a conocer en las páginas de William Faulkner o John Steinbeck, siendo ese entorno conservador el que derrotó a Hillary Clinton.