La política es el arte de lo imposible. En ella los muertos, si no están enterrados y con los huesos triturados, resucitan. Es algo contemplado permanentemente, en “vivo y directo”, sin asombro. Los caídos de ayer son los resucitados al presente. En ese trajín hay Lazaros a espuertas.
A Mariano Rajoy ya lo habían incinerado e introducido en cajón de plomo los socialistas del defenestrado Pedro Sánchez, soterrándolo bajo un pino mediterráneo y cubierto con lagrimones de plañideras gallegas.
El Libertador Simón Bolívar lo supo siempre: “Dios concede la victoria a la constancia”. Y si de eso se trata, el galaico Rajoy es un osado superviviente de varias cruzadas.
Negarle sus aciertos, que los tuvo, no es ecuánime. La corrupción, esa plaga que carcome y cubre de estiércol el espacio del poder político a partir, y quizás antes, de los albores de la historia, le ha golpeado. Se puede recordar – no justificar nunca - la época arcaica de Grecia siempre admirada y joyero filosófico de la historia. En ella los habitantes de las polis ya discutían acaloradamente en las ágoras, plazoletas del libre albedrío, los escándalos de corrupción de sus gobernantes. Ha sido así y lo seguirá siendo, lo cual no significa bajar nunca la guardia ante esa lacra infame que socava y hace un deterioro inconmensurable a las sociedades democráticas, libres y de nítidos valores púdicos sostenibles.
La economía y la sanidad pública están en su mejor momento. Las cifras se hallan ahí, a la mano del cualquier analista, y como ésta es una columna periodística y la responsabilidad recae en el autor de la misma, vamos a zumbar realidades.
Experimentados analistas macroeconómicos apuntan: “La situación política es la principal incertidumbre y la recuperación financiera el mayor punto a favor del actual gobierno”. En España hacer un mercado familiar no es un costo elevado, la comida es barata, lo mismo que la ropa y el trasporte público, por citar importantes renglones cotidianos. La seguridad ciudadana plena. Cada uno de los servicios públicos funciona, mientras la justicia es garante de la plena convivencia.
El sistema sanitario estatal es de alta calidad. Negarlo sería injusto, y aún así los ciudadanos lo reconocen tarde y mal. Ese admirable avance es un saldo a favor que se asocia por igual al PSOE y Partido Popular.
El país de los Toros de Guisando es una sociedad moderna en permanente desarrollo, y esto lo tienta más y mejor quien ha pasado años fuera de sus fronteras entre éxodos y gemidos de ausencia.
La crisis actual es debida en su mayoría a desaguisados políticos, al poco o nulo entendimiento entre los partidos del status, los viejos y los nuevos, siendo la causa de que el país estuviera más de un año sin un gobierno estable, maniatado a la hora de ejercer sus funciones y, aún así, la sociedad ha sobrevivido con menos traumas de lo esperado. Actualmente hay más sentido de la responsabilidad en la sociedad.
El tiempo provisorio finaliza. Rajoy volverá a ser nombrado Presidente del Gobierno y el eterno arte de gobernar tornará a esos animales políticos que somos la raza humana. Nada nuevo bajo el ceniciento sol de otoño.
Rajoy tendrá que ganarse el poyo día a día con decisión y mano extendida. Nada será fácil en su administración al ser una asignatura pendiente tras la larga transición. El mismo lo ha reconocido: “Estamos ante un modelo inédito en España pero similar al que existe en las instituciones europeas”.
A partir de ahora los pactos en la Cámara de Diputados serán permanentes. No hay mayoría absoluta ni podría haberla en estas circunstancias. Aunque parezca complicado y excepcional, ganará los electores. El socialismo, con su decisión de abstenerse en su voto y dejar el camino libre a Mariano Rajoy, actuó con altura. Será oposición, y en las actuales circunstancias es más que un lujo.
Pablo Iglesias, del partido antisistema Podemos, seguirá enviando a sus partidarios hacer encerronas cada cierto tiempo al Parlamento o en ciudades y pueblos. Grave error. La España de hoy no es la del lejano año 36 de amarga memoria. Los electores actuales son libres y cavilan.