Es difícil interpretar las interminables líneas que en estos días se han publicado en los medios sobre la relación de bienes y activos de cada político. Evidentemente esto era ya de lectura obligada e incluso, como si de niños en el colegio se tratase, deberes que les pusimos nosotros los maestros a ellos los alumnos, es decir, que llevábamos mucho tiempo pidiendo que esto se hiciese.
Pues bien, no los doy más nota que un 4´5, insuficiente. La mayoría de la población no se cree que las cuentas que han presentado sean verdaderas y que se hayan falseado. Muchos creen, y no con falta de razón, que mucho de lo que no declaran es porque está a nombre de su cónyuge, o simplemente que no declaran todo lo que tienen y añaden algo al día siguiente que se les había olvidado.
Pero, seamos claros, esto no es lo más importante porque, aunque todo sea cierto, las cantidades que han publicado, muy abundantes en muchos casos, no tienen relación pasada y presente, es decir, cuando llegaron a la política, ¿qué patrimonio tenían?.
Por supuesto no quiero decir que, para alcanzar ciertas cantidades o inversiones, se cometan delitos de malversación de fondos públicos, pero lo que es interesante es saber quien llegó con dinero a posiciones relevantes de política, y quien no. No es lo mismo que alguien que llegó con lo justo hace 30 años a la política, a día de hoy posea un patrimonio de 3 millones de euros como es el caso de José Bono, a que alguien de una buena familia ahora posea cuantiosas cantidades de bienes.
Esta bifurcación de pensamiento en la que nos encontramos, en la que no nos han aclarado nada y nos han dado más en lo que pensar, no conviene a los contribuyentes. Cara a las elecciones generales se puede pensar, ¿a qué tipos de personas estamos confiando nuestro dinero?, porque una cosa es confiar en unos inútiles como en estas dos últimas legislaturas y otra muy diferente es pensar que se lo estamos dando a unos sinvergüenzas.
Santiago García Arroyo
Cuatroefe Marketing Consulting
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