Política y justicia

Buen binomio. Forma parte de nuestra vida cotidiana y, además, como el mensaje amoroso creado por Rosemonde Gérard en su libro de poemas Les Pipeaux y popularizado por el joyero de Lyon Alphonse Augis: «hoy más que ayer pero menos que mañana».

La política tiene dos actores principales: Sánchez y Puigdemont.

Sánchez está empeñado en acabar con la fortaleza y cohesión interna que siempre caracterizaron al PSOE, convencido de que los que están equivocados son los que él cree que avanzan en dirección contraria. No le auguro un buen final. La proclama de Felipe González de que se sentía engañado lo convierte en hombre muerto políticamente hablando. Pasará a la historia como el peor secretario general que ha tenido el partido, mal patriota y egoísta, más preocupado por hacer valer sus intereses personales que los colectivos. Suscribo plenamente las reflexiones de Fernando Lastra, que a su brillante oratoria parlamentaria, rocosidad y robustez, une un sentido común y una sensatez poco habituales en el ámbito político. Sánchez es arrogante y soberbio, minusvalora las dificultades y sobrevalora sus capacidades. Responde al perfil de un peligroso alucinado. Parece afectado por el Síndrome de Cronos, caracterizado por el miedo a perder el poder, a ser desplazado, a ser sustituido. Ha convertido la Secretaría General en un fortín, en un coto de poder, en un feudo impenetrable, y se envuelve en la democracia directa para seguir desangrando al partido. Su problema no se resuelve con una sesgada interpretación jurídica de los Estatutos del partido, su problema solo se resuelve con la dimisión. El mutismo selectivo que practicó con el PP le ha pasado factura. Napoleón proclamó que «aquel que teme ser conquistado seguramente será derrotado», y nadie negará que el francés sabía algo de guerras. La inteligencia tiene límites; la estupidez, no.

En un segundo plano se sitúa Puigdemont, que amenaza por enésima vez con la convocatoria de un referéndum unilateral para septiembre de 2017 si el Gobierno no acepta pactarlo. Por la importancia de la proclama, merecería que nos ocupáramos de él en primer lugar, pero todos sabemos que sus palabras tienen como destinatarios a los que se visten de pancarta y calzan chanclas con el único objetivo de salvar la cuestión de confianza. La hoja de ruta catalana es un sainete sin fin.

La justicia nos depara un espectáculo lamentable: el paseíllo de los usuarios de las tarjetas black. Es el ocaso de un régimen de abuso sin control. ¿Qué específicas condiciones de experiencia o conocimientos aportaban sindicalistas y enchufados a unas cajas de ahorros que, aunque sin ánimo de lucro, debían operar en los mercados financieros? Lo verdaderamente frustrante es que personas a las que se les presume una formación académica e incluso, en ocasiones, técnicamente apropiada, usaron sin mesura las tarjetas en cuestión para gastos de difícil explicación. Sorprende que un economista de prestigio como Juan Iranzo haya utilizado la tarjeta para adquirir ropa interior para su mujer y, lo más grave, que pretenda justificarlo. ¡Cuántas veces oí sus disquisiciones sobre el uso del dinero público! Qué decir de Virgilio Zapatero, Catedrático de Filosofía del Derecho, Moral y Política, de quien leí reflexiones sobre la ética que deberíamos observar en nuestras relaciones sociales. Lo de Estanilao Rodríguez Ponga roza la desvergüenza. Fue Secretario de Estado de Hacienda. No tiene excusa. Ninguno de ellos. Ya cobraban 1.275 euros por reunión y celebraban cuatro al mes. La ambición por el dinero envilece a los hombres y los pervierte. Deberían haber leído a Epicuro de Samos y seguir sus atinados consejos: «¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia».

 

 

 



Dejar un comentario

captcha