La rebeldía de Pedro Sánchez, secretario general de los socialistas, incapaz de hacer frente a sus responsabilidades y obsesionado en ocupar el sillón de la Moncloa, está a punto de conseguir una división de la agrupación fundada a designio de Pablo Iglesias, el 2 de mayo de 1879, como expresión de los afanes e intereses de las nuevas clases trabajadoras surgidas de la revolución industrial en Europa.
En esa larga historia de 137 años, repleta de convulsiones épicas salpicadas de luchas sociales, conflictos agresivos y una cruenta guerra civil, el símbolo del de la organización fue hasta los primeros albores del siglo XX, una pluma y un yunque que unificaban su raíz intelectual y proletaria.
¿Y el emblema actual con un puño apretando una rosa? Ese logotipo comenzó a usarse hacia 1977. En un libro de Alfonso Guerra con el titulo “Diccionarios de la izquierda”, se encuentra la definición de como el puño y la rosa simbolizan la unión de los trabajadores “con la cultura, el pensamiento, la belleza”... Es decir, el mismo concepto que la pluma y el yunque. No ha cambiado el idealismo.
La tensa situación actual pudiera romper la rosa en pétalos lanzados al suelo y un puño de hierro convertido en añicos. Lo que está aconteciendo a recuento de la malacrianza de Pedro Sánchez – con poco o nada conocimiento de los recovecos de la política y demasiado orgullo juvenil - le impidió hacer una autocrítica ante la debacle que tuvo en las elecciones autonómicas en Galicia y el País Vasco, uniendo a ello un nulo discernimiento del valor del diálogo, haciendo con esa impostura que el PSOE se divida entre “buenos” y “malos”, dependiendo quien esté a favor de sus prepotencias o no.
El entorno, es grave, ha roto los esquemas de sensatez, y el desbarajuste, unido a un enfrentamiento que está auspiciando visos de intolerancia, se ha apoderado del partido – siempre sólido hasta este fin semana- que se ha cubierto laberinto tras la dimisión de 17 miembros de la ejecutiva y la negativa de Pedro Sánchez a dejar el cargo.
La opinión editorial de los principales informativos en papal y digitales de la nación es unánime: la única escapatoria que tiene el secretario general del PSOE es su renuncia al cargo.
Las palabras de Felipe González, que aupó al secretario con ahínco, le demandaron públicamente que debía asumir responsabilidades y dimitir era una de ellas. Y narró algo que deshonra aún más a Sánchez: le había prometido que los diputados socialistas se abstendrían en segunda votación de la investidura de Rajoy para no impedir la formación de Gobierno tan necesario ya para los intereses del país. No lo hizo
Y así, en ese perturbo, se encuentra el PSOE, uno de los movimientos políticos más importantes de Europa y alternativa segura a la hora de gobernar España.
Nunca mejor que hoy sería oportuno leer “La pasión y el poder”, ese ardor humano descrito por José Antonio de Marina con una sapiencia admirable. ¿Por qué se desea tanto el poder? ¿Cómo se consigue? ¿Cómo se mantiene? ¿Cómo se pierde? ¡A quien lo supiera a cabalidad se le podría llamar un semidios inconmensurable!
Expresaba el filósofo Alain que no hay belleza comparable en el mundo a la de un político alevoso derrumbándose a tierra. Lamentablemente ese es el caso de Pedro Sánchez. Llegó a la cúspide y su ambición desmedida lo perdió. ¿Tendrá futuro? Si se vuelve menos insaciable, quizás. Su discurso el viernes por la noche, en que no reconoció ninguno de sus errores y solamente ha sido una arenga electoral contra el Partido Popular, demuestra que el hombre ha perdido el norte, es irascible, huero y de poco conocimiento de lo que debe ser , en esta circunstancia precisa, una postura moral de altura.
No será necesario recordar, y aún así lo hacemos, que un político mira el hoy inmediato sin prever las consecuencias, mientras el estadista lo hace observando el mañana.