En Marruecos, país de disparejos lugares que el tiempo ha congelado para bien, pasamos un día en Tánger. Visitamos lugares que nos han recordado nuestra lejana presencia en la ciudad que fuera zona internacional en poder de España, Francia e Inglaterra.
Uno, el emblemático hotel Minzah, añejo y hermoso palacio de un encanto envolvente. Volvimos a visitar sus fuentes ensortijadas, los jardines, el patio andaluz y sus salones morunos en los que Bernardo Bertolucci firmo escenas de “El cielo protector”, novela de Paul Bowles, cuya presencia en el Zoco Grande con otros escritores de su época, nos ha dado sustento para la columna de hoy.
Bowles, Allen Ginsberg, Tennessee Williams, Cecil Beaton, Gore Vidal, Haro Ibars y Truman Capote entre otros creadores, abandonaron la posguerra de Europa y Norteamérica y se fueron al encuentro de los sueños que en esos instantes entre trágicos y prodigiosos se cruzaban cual el viento bullicioso del estrecho en el recoveco mediterráneo tangerino.
La homosexualidad era en la ciudadela del estrecho una forma amatoria de tolerancia casi natural.
La metrópoli apretujada cuyas calles, mansiones, hoteles, Zoco Chico y Grande, la propia Alcazaba y esa bajada hacia la Gran Mezquita que va al puerto, tenía – ahora disipado - un aire con sabor a quif o grifa que invitaba al misticismo, el contrabando, la venta de pasaportes falsos con el anhelo de huir de la conflagración bélica mientras se saboreaban a gotas o garrafones, lujuria y astucias mundanas engañosas.
Durante los años en que la ciudad era cosmopolita, una de las formas de sobrevivir era el espionaje. Finalizado el conflicto bélico, ese “juego” terminó, mas no el deseo hacia jóvenes morenos imberbes, cuando el apetito carnal pagado hurgaba las callejuelas miserables.
Con todo, actualmente en Occidente el tiempo se ha vuelto más trasgresor, menos recatado ante las relaciones eróticas del mismo sexo, aun siendo muy castigado en las castas musulmanas.
Tres mil años atrás, las civilizaciones eran tolerantes. Ejemplos: Orestes y Pylades, Sócrates y el bello Alcibíades; la antigüedad ha sido rica en parejas que, por ser míticas, no son menos masculinas. Los versos de Estratón de Sardes en “La musa de los muchachos”, una antología de poesía pederástica, es elocuente en ello.
Lo susceptible no es la existencia de esa seducción en las sociedades griegas y romanas, sino su estatuto privilegiado. La pauta social impuso la bisexualidad, y algunos emperadores romanos multiplicaron sus amistades masculinas, al estilo de Adriano con su bello Antínoo, objeto de culto tras su muerte
Estos brumales en el que el deseo lascivo, el amor y muchas veces la soledad forman un cuadro compacto, serán más eternos que el aire y el mar, y difícilmente consideraciones púdicas puedan frenen ese sopor del espíritu en desbandada.
En “La máscara de carne”, Maxence Van Der Meersch se introduce en los vericuetos de “los otros” de forma tan dramática que llega a herir.
Cierto día en París, doblando una esquina del Teatro de la Opera, un grafitti de chillonas letras rojas señalaba: “El amor es un derecho universal”. Una mujer que iba a nuestro lado y tenía la ondulante inclinación de los “frutos” de Rita Mae Brown, nos dijo tal vez a recuento de su amarga experiencia: “Esa frase está muy lejos de ser auténtica”.
Ella sabía que en numerosos países las personas afectas a su mismo sexo siguen vejadas, perseguidas y hasta condenadas a muerte, al ser los hostigados frutos del mal.
Meleagro, hijo de Eneo y Altea en la mitología griega, herido de gravedad a razón de la sed abrasadora del deseo, dijo:
“Padre Zeus, ¿bebes tú también besos de néctar? / ¿Te escancia Ganimedes el vino con sus labios? / Pues yo, tras besar a Antínco, hermoso entre los muchachos, / he bebido la dulce miel de su alma.”
En “Sexo y libertad”, texto que Curzio Malaparte insertó al final de su inacabado libro “Madre marchita”, habla de que los hombres de mañana será una mancha verdosa, el punto de conjunción entre la carne viva y la carne muerta del cadáver materno. El escritor de Toscana expresaba que la homosexualidad era un producto típico de la decadencia moral y... falta de libertad.
¿Pensaría en la actualidad lo mismo?
A partir de que un primate se bajó de los árboles en las sabanas africanas y se volvió en el humano de hoy, las fuerzas cerebrales comenzaron una tarea que aún continua. Sabemos que todo hombre y mujer pueden tener estimulo sexual disparejo sin que los valores intrínsicos que nos hacen sublimes disminuyan.
Hay una pregunta aún sin respuesta: ¿Cuál es el sexo de los ángeles?