Achicharrante verano

 

Aquí, en la Valencia  mediterránea en que mi piel se tuesta al sol a cuenta de una temperatura que ciertos días llega a los 40 grados, la ciudad está desierta y uno, poco dado a las caravanas agosteñas, solamente sale un poco a las calles cuando ya el sol se ha escondido del todo en esa ronda perpetua que va sucediendo desde hace  millones de años. No será el infinito esa inmensidad de tiempo, pero lo parece.

Mientras, esa España de madrugadas torrenciales, chiringuitos levantados con cuatro tablones y barriles de cerveza, playas  con sopor de cuerpos desnudos, tablaos rasgueados  que hieren la piel  y la dejan en salmuera, entre sombras beodas y turistas desnudos alcoholizados, se ha quedado ensimismada, aunque cada vez menos. Los chupitos de colores con licores duros, se beben como agua y dejan  sobre las arenas, plazas, barrios, soportales y esquinas, cuerpos convertidos en amasijos que despiertan con las primeras luces del día para comenzar de nuevo esa ceremonia cuyo sumo sacerdote es la borrachera.

Y no es para menos, pues cada cual, como bien puede, busca un lugar donde posar la cabeza, ya que este país, siempre noctámbulo, ahora, por lo del verano de marras, se acuesta o intenta hacerlo al alba, como los bailadores, las putas y los correcaminos de antes, es decir, la guardia civil de dos en fondo.

La tierra hispana parece no entenderse en verano  si uno no se la bebe a sorbos interminables  con  ebullición beoda.

 España es ahora,  en verano, un mosaico de luz y color donde uno, peregrino de ver y asombrarse, siente que todo ese montaje visual en que se han convertido  antes  junio y julio, y ahora  agosto, es una explosión de vivencias llevadas al máximo dentro de un tiovivo desmadrado. “Eso es vivir”, dicen muchos.  “El desmadre”, comentan otros.

Pero quizás  el verano de ahora mismo  da para eso y mucho más. Uno va de un lado a otro asombrado, como si en cada rincón, taberna o chigre se fuera descubriendo una huida hacia delante. Parece  existir una prisaalocada, un correveidile ante un mundo que cada día está más repleto de locuras, tanto religiosas como políticas o de miedos fundados.  Si esto se desparrama, es mejor que nos tome ebrios consumados.

Al final nos damos cuenta de que nuestra esencia primogénita, eso que llamamos vida, se va haciendo vapor, ausencia, nada.

¿Son cosas del verano? Ideas desequilibradas quizás. Ahora bien: El terrorismo sanguinario y desencajado no lo es.



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