Siempre que las aguas se enturbian, la niebla oculta el paisaje y se tensan los tiempos es propio de nuestros líderes replegarse, atrincherarse, protegerse de la invasión, del problema, y la única solución rápida y pronta que se les ocurre se llama muro, muralla, torreón, almena. Ahora que manda más la seguridad que la aventura, la playa y el sol más que la ideología y la utopía, y ahora que aún se promocionan viajes exóticos o de aventura hacia la Muralla china o al Muro de Berlín, la solución a los problemas, a los muchos problemas, pasa por no hacer nada o por levantar, erigir, construir muros y murallas, y a los hechos me remito.
Hace unos meses y en plena precampaña para la nominación de candidato a la Casa Blanca, el aspirante, el millonario e inexperto Donald Trump, prometía que levantaría un muro entre Méjico y EEUU que mitigara y frenara la emigración hispana. Europa para protegerse de los refugiados ha fortificado el Mediterráneo, concretamente Turquía y el propio mar, e incluso España para enfrentarse a ese problema en sus provincias africanas ha reforzado sus fronteras con concertinas.
Pero el problema no ha hecho más que empezar, pues tenemos casi diariamente amenazas de intolerancia, incomprensión, tabiques, muros y murallas, y basta para ello fijarse en Europa, donde en poco tiempo hemos visto cambiar los ciensos, las rayas, las fronteras y las consecuencias fueron dolor, cárcel, muerte (guerra de los Balcanes) o guerras burocráticas de consecuencias económicas impredecibles, así el “brexit” inglés, que supondrá para España unos 3.000 millones de euros de pérdidas en el año 2.017, según el ministerio de Economía, y por si esto no fuera poco se cierne sobre el horizonte la frontera, el muro catalán y las consecuencias nefastas de la misma para todos .
Hace ya un tiempo el poeta cubana Nicolás Guillén alumbraba un bello poema titulado “La Muralla”, donde proponía que negros y blancos unidos levantarán una muralla que “vaya desde la playa hasta el monte y desde el monte hasta la playa, bien, allá sobre el horizonte”…muralla que sólo se abriese a la rosa, al clavel, a la paloma y al laurel, al corazón del amigo, al mirto y a la hierbabuena, al ruiseñor en la flor…Palabras de las más bonitas que existe en nuestro idioma.
Y este es el eterno problema que azota al ser humano y no es otro que aíslar el mal, al alacrán, al ciempiés, siempre que tengamos la valentía de reconocer que el mal existe y a veces hemos colaborado con él, algo que el determinismo reinante no autoriza, ya que . según ellos- el mal depende hasta del tipo de comida, de que uno sea vegetariano o carnívoro. Desde de Jericó y sus murallas derribadas , pasando por el patriótico gemido de Quevedo antes los muros de su patria, y el ya citado Guillén, el hombre ha tenido ante sí el dilema de edificar muros y combatir el mal, la intolerancia, la sinrazón, y para combatirlo se necesita como en tiempos de Josué de “siete sacerdotes, con siete bocinas, que durante siete días den siete vueltas a la ciudad y que cuando toquen la bocina al sonido el pueblo grite a gran voz y el muro de la ciudad caiga…” ¿En resumen qué podemos hacer entre todos para instaurar en la tierra la civilización del bien y del amor?¿Qué necesitamos? Primero que haya quien cumpla el mandato: tocar la bocina y dar siete vueltas durante siete días. Perseverar en el oficio y hacerse merecedor de que el pueblo le siga, le secunde. Y esto no se consigue si uno no está imbuido de la necesidad de su misión – en tiempos de falsos profetas, vanidad y efímera gloria- y si no tiene la humildad necesaria para llevarla a cabo.