El pavoroso atentado terrorista acaecido en la ciudad de Niza, tan cosmopolita ella, mundana, reflejo del buen vivir francés, sigue siendo un eslabón continuo del mal que está asolando a Europa, e igualmente a otras partes del planeta. Las creencias religiosas alocadas y fanáticas están en medio, y a la vez se demuestra la facilidad con que en esta época nuestra de tan asombrosos adelantos técnicos, una persona sola – un lobo estepario - si se lo propone, puede destruir una ciudad completa, demostrando que nada nos puede salvar aún, por muchos controles que existan, de la brutalidad sangrante.
Cada vez estamos más convencidos de que la obra de Albert Camus, “El Extranjero”, fue una parte crucial para comprender el siglo XX y está sirviendo también para entender la centuria actual.
“No importa que el gato sea negro o pardo; sólo el que muerda bien a los ratones es un buen gato”.
Esta cita es - no lo sitúo bien - china, y contiene parte de la esencia del terrorismo y sus metas, por ello la frase de Camus en “Los justos”: “Arrojé la bomba contra la tiranía, no contra un hombre”, ha servido como aval para la existencia de nobles asesinos.
Nadie parece tener controlados a sus terroristas, y los métodos hasta ahora han fallado. Hay muchas causas para ello. Una, acaso la más significativa, es la impunidad: se trabaja en la sombra, como las alimañas, no tienen objetivos fijos, son movibles y van envueltos en odio, fanatismo, desprecio por los valores intrínsecos humanos, como lo es la vida en cada una de sus formas.
La idea es matar, y cuanta más gente mejor. No importa si hay niños, mujeres o ancianos inocentes. Para esos grupos o basura amontonada, la violencia es perfectamente justa si la envuelve una moral que lo argumente. ¡Hermoso evangelio!
Lo hemos recordado con alguna frecuencia ante actos de esta naturaleza: es sabido que las dictaduras no crean terroristas por la misma razón que los calvos no tienen piojos. Es necesario que existan pelo y libertad para que puedan proliferar unos y otros.
Es más: los terroristas, siendo enemigos por naturaleza y principios de la libertad, viven a expensas del régimen democrático, que les facilita el clima idóneo para sus sangrientas fechorías.
Lo sucedido ahora en Niza, como antes en París y Bruselas, sin olvidar los trenes de Atocha en Madrid, fue demencial. En cada uno de esos actos violentos gente común, no beligerante, ha sufrido dramáticamente las consecuencias.
Si uno fuera o pensara como un científico, diría que actúan como la mecánica cuántica, en medio de un caos universal, sin sentido aparente.
Y la suma sigue a cuenta de las masacres terrorista que vienen sucediendo de manera ya casi inexorablemente.