Las elecciones del pasado domingo han dejado una cosa muy clara: la mayoría de la ciudadanía ha elegido opciones moderadas, sean de derechas o de izquierdas, por utilizar la clasificación tradicional. Los partidos que propugnaban alternativas extravagantes han recibido un sonoro «tortasso». También lo han recibido algunos líderes, pero por razones ajenas a sus propuestas políticas.
El «tortasso» más evidente y doloroso tuvo como destinatario merecido al líder de Izquierda Unida, que vendió el partido y, con ello, la confianza de miles de afiliados, a Podemos por un plato de lentejas. De Unidos–Podemos han pasado a ser «Ni Unidos Podemos». Se ha jugado con la historia y la dedicación de muchos afiliados en un proceso en el que, según las acertadas palabras de mi querido y admirado Gaspar Llamazares, ha prevalecido el miedo sobre la ilusión.
Quizá el «tortasso» más mediático lo ha recibido Unidos Podemos en la persona de su líder, Pablo Iglesias. Soñaba con el sorpasso y todo se ha quedado en una dolorosa bofetada que le ha hecho perder más de un millón de votos sobre cuyo destino aún sigue meditando.
No hace falta ser politólogo para saber que la mayor parte de ese millón de votos es de militantes de Izquierda Unida que se sentían cómodos con la línea política de su formación y que han huido despavoridos de los extravagantes e irrealizables «50 pasos para gobernar juntos», título del documento suscrito por ambas fomaciones cuya lectura disuadiría a cualquier persona sensata. En especial, el paso 24, que reconoce que el derecho a decidir constituye un atentado en toda regla a la unidad de España. Y no estamos hablando de sentimentalismos ni de historia, estamos hablando de economía y de paz social.
También recibió un contundente gancho en el mentón Pedro Sánchez, aunque por razones ajenas al programa electoral. Iba dirigido a él personalmente. Pedro Sánchez no tiene madera de líder, no es carismático, es más, genera rechazo, no cae bien. Sus discursos no convencen, son cansinos, carecen de mensaje. Incluso cuando utiliza la argucia de elevar el tono de voz para captar la atención de la audiencia, se nota la impostura. Además, es narcisista e intransigente: yo, yo y solo yo. Debe ser apartado para que el Partido Socialista recupere el importantísimo papel que le corresponde.
Albert Rivera cae bien. Dice lo que a todos nos gusta oír, pero es disperso, poco claro, confuso en algunos temas. El votante quiere saber lo que vota. No salió tan mal parado en la medida en que sus votos son aún más decisivos que en el 20D.
Rajoy fue el gran triunfador. Los procesos de corrupción, auténtico talón de Aquiles del PP, no pudieron con él. Los ciudadanos saben que la corrupción ha existido siempre, acompaña al hombre como la sombra al cuerpo, seguirá existiendo y hay que convivir con ella. Y entre seguridad, moderación y sentido de Estado, por un lado, y extravagancia y aventura, por otro, eligió mayoritariamente lo primero.
Rajoy debe gobernar, con pactos o sin ellos. Se puede gobernar en minoría perfectamente. El papel del Parlamento es importante, pero no lo sobredimensionemos. Lo difícil es salir elegido. Conseguido ese objetivo, el papel relevante del Parlamento se manifiesta en la aprobación de la ley de presupuestos. El resto de las leyes se puede dosificar. Baste decir que desde el mes de enero del pasado año no se aprobó ninguna ley y la sociedad española sigue viva. Yo diría que agradecida.
Si no se dejara gobernar a Rajoy, se haría realidad aquella afirmación que le hizo a mi admirado e ilustre amigo José Luis Pérez de Castro un Director de Cultura portugués con ocasión de una conferencia impartida en Lisboa y que me recordaba en una visita que le hice días atrás: «La política es una mierda, solo cambian las moscas que se alimentan de ella».