A pesar de que Quinto Horacio Flaco, poeta lírico y satírico romano, proclamó que «no es posible saberlo todo», el vocabulario español acuñó el término «todólogos» para designar a aquellas personas que creen dominar todas las especialidades.
Los medios de comunicación, y en especial las televisiones, están plagadas de personajes merecedores de este calificativo que, aclaremos, en ningún modo encierra connotaciones peyorativas.
Con independencia de su profesión u origen, poseen la rara habilidad de ser capaces de opinar sobre cualquier tema de actualidad, sea de índole política, jurídica, social o económica. En la jerga se les denomina tertulianos, quizá para evocar a Tertuliano, famoso y polemizador teólogo. Sus intervenciones son una miscelánea de información-opinión-interpretación y tienen una nota común: están huérfanas de toda motivación. Son afirmaciones apodícticas y, como tales, parecen no admitir contradicción. Olvidan los tertulianos que el grado sumo del saber es el saber por qué.
Es frecuente también que no respeten el turno en el uso de la palabra. Más aún, tratan de apagar y neutralizar las opiniones discrepantes elevando el tono de voz, desconociendo que así como el saber y la razón hablan, la ignorancia grita. Obvian, igualmente, que para saber hablar hay que saber escuchar.
Los sabelotodo son capaces de opinar sobre cualquier asunto. La frase «no sé» no forma parte de su vocabulario. Sus «sentencias» sobre asuntos jurídicos serían la envidia de Solón.
Hay dos temas en especial en los que sus juicios llegan al paroxismo: la imparcialidad de los jueces y la presunción de inocencia. Interpretaciones antagónicas son lo habitual en función de que el sujeto pasivo pertenezca o no a la misma corriente política de la cadena patrocinadora del debate.
El sectarismo interpretativo alcanza su cenit en el primero de los temas enunciados. A saber: en los medios de comunicación afines al PP los tertulianos asumían con naturalidad que los magistrados Enrique López y Concepción Espejel, como integrantes de la Sección Segunda de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, enjuiciaran el caso Gürtel y posteriormente el caso Bárcenas, e incluso apoyaban su opinión con argumentos jurídicos. El haber sido aupados al Tribunal Constitucional y al Consejo General del Poder Judicial a instancia del partido no comprometía su imparcialidad. Las sospechas sobre la ausencia de esta eran patentes en los tertulianos de ideología contraria que abogaban por su separación del caso.
Pero hete aquí que por el juego del destino pasa a hacerse cargo del caso Gürtel el juez José de la Mata, ex Director General del Ministerio de Justicia en el gobierno de Zapatero, y los que decían «digo» pasan a decir «Diego».
Los tertulianos no buscan la verdad, ni siquiera lo intentan; es más, si al debate está invitado un jurista capaz de desentrañar las diferencias entre uno y otro caso, que las hay desde el punto de vista jurisprudencial, retuercen esa verdad y la transforman. El derecho casa mal con lo grotesco.
Qué decir de la presunción de inocencia. Se les aplica a unos sí y a otros no. Siempre hay un matiz para justificar la diferencia de trato, olvidando que se trata de un derecho fundamental aplicable a toda persona acusada de un delito.
Da igual, para los tertulianos, la moderación es un exceso y la prudencia, -como decía el sabio-, una solterona rica y fea cortejada por la incapacidad.
¡Cuántas personas preocupadas por hablar con la boca llena y qué poco les preocupa hablar con la cabeza hueca! Como recomienda el proverbio árabe, «Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas».