Umberto Eco y Venezuela

 

La admiración hacia  Umberto Eco, como a todo autor de valía, es leerlo de manera perenne en todo momento y lugar. Cada vez que  lo hacemos hallamos expresiones  y párrafos que ayudan a comprender causas y ecos  como soporte de ese ir viviendo dignamente.  

Con el deseo de continuar saboreando su lectura, repasamos  "Cinco escritos morales”, folios dispuestos para conferencias en universidades y revistas. Hoy nos centramos en una charla ofrecida  en la Columbia University bajo el título "El fascismo eterno".  Una ráfaga dañina que debemos conocer para que no haga papilla nuestra conciencia fraguada en un tiempo no tan lejano  y que marcó con garfios  de odios a Italia, y Alemania que ahora vuelve a resurgir en el Este de Europa con una fuerza temible.

En pocas líneas, el filólogo italiano instauró  una semblanza de Mussolini, pintada casi al carbón y cuyo sedimento delineo años después  esa filigrana llamada "Chavismo" o “Madurismo”,  nuevo socialismo del siglo XXI convertido en una entelequia cerebral desquiciada.

El novelista de "El nombre de la rosa"  expresó que Benito Mussolini no poseía una filosofía política: "tenía solamente, eso sí,  una retórica". El fascismo romano en su puesta en escena, fue el primero en crear una liturgia militar. Un folklore e, incluso, una forma de vestir. Por aquellos lares de la plaza Navona, relumbraba la camisa negra; en Venezuela, la roja.

Diversas analogías se podrían encontrar entre Benito Mussolini, Hugo Chávez o Nicolás Maduro, aunque una cuartilla y media no es espacio suficiente para matizar una "idea ética absoluta". Baste saber que en el actual régimen bolivariano, el culto a la personalidad al jefe único, heroico e invencible, titánico, un semidios,  es una de las raíces más ancladas del totalitarismo fascista.

Venezuela lleva 18 años padeciendo descuartizamientos cubierto de abusos, espantos y el desplome del Estado de Derecho, y aún así, el escribidor gazmoño   se pregunta como un iluso: ¿Pasará este tiempo plomizo? Indudablemente. Todo se diluye, pero, ¡con cuanto sacrificio, padecimientos y desgarro! Quedarán cicatrices, heridas putrefactas y un cansancio interior insondable. Libertad y liberación, comentaba el mismo Umberto Eco, son una tarea que no acaba nunca. Que ese sea el lema de los venezolanos: No olviden practicar  la justicia sin odios a la hora de hacer cumplir la ley acoplada ineludiblemente  a los derechos humanos.

El odio, si no se cercena totalmente, siempre vuelve a reproducirse. Es una lacra ponzoñosa. Una rama fermentada.

Terminadas estas líneas, en el viejo tocadiscos de vinilo  que nos acompaña por años,  suena Giuseppe Verdi. Son unos fragmente  de "La Traviata" en las voces del tenor Kraus y la soprano Hollyday.

Un crítico en cierta ocasión,  escuchando  esa partitura en la Scala de Milán señaló: "Los años que el maestro de Busseto le tocó componer, escribir, amar, pero ante todo ser político, han sido los de un huracán levantado sobre una Italia que, si no hubiera tenido a Verdi, hoy su melodía hubiera sido menos universal, y eso en una tierra de genios musicales sublimes".

Vendrá un tiempo en que sobre el escenario del Teatro “Teresa Carreño” de Caracas se podrá escuchar la opera “Nabucco”, con las voces vibrantes de los esclavos contra la opresión. En ese espacio, Chávez estampó las pautas de su poder absolutista y Maduro las fue regando con abusos y opresión. 

Que nadie  olvide el pueblo venezolano y sus sufrientes exilados estas palabras: "La libertad es para el cuerpo social lo que la salud para cada individuo. Si el hombre dilapida el vigor ya no disfruta de placer; si la sociedad pierde la libertad, ésta se marchita y llega a desconocer sus genes".

 Y algo consolador nos  devuelve Cervantes en su 400 aniversario:

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones. Por ella, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida”.

Esas palabras poseen   la dignidad  más imperecedera de la raza humana.



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