Cuando era pequeño mi padre trataba de explicarme lo que era la democracia presentándomela como un sistema en el que cualquiera, con independencia de su posición social, podía llegar a ser presidente del Gobierno.
La verdad es que cuando pude percibir la realidad por mí mismo, me di cuenta de lo bienintencionadas que eran las palabras de mi padre, pero lo poco que se ajustaban a la realidad. En EE UU, por poner un ejemplo, la presidencia acaba dirimiéndose entre un candidato demócrata y otro republicado, pero ambos multimillonarios; en España, el sistema de partidos es de una disciplina castrense en la que lo importante no es ser amigo de quien vota, sino de quien hace la lista, para poder tener alguna posibilidad de salir elegido. El elector solo goza del sagrado privilegio de votar por candidatos que eligieron otros.
Había olvidado la teoría de mi padre hasta que conocí los mensajes políticos de Anna Gabriel sobre los tampones y la familia tradicional. Revivió entonces el mensaje paterno y pensé que no estaba muy descaminado. Seguramente había sido elaborado a partir de personajes como la diputada de la CUP, que demuestran empíricamente que cualquiera puede ser político.
Entré en conocimiento de esta peculiar política con ocasión de la fallida investidura de Artur Mas. Me llamaron la atención su corte de pelo y sus camisetas con eslóganes reivindicativos. Alguien dijo de ella que no se viste, sino que se cubre con una pancarta todos los días. El estilismo no debe ser cuestionado, pero sí deben respetarse las reglas de los parlamentos, en los que los únicos mensajes deben transmitirse oralmente, sea desde el escaño, sea desde la tribuna. Su defensa del sangrado libre y del uso de los conos menstruales en detrimento de compresas y tampones son muy cuestionables. Obviamente, no tengo experiencia propia en ese terreno, pero solo partiendo de la configuración de dichos conos, invito a la susodicha a hacer una extracción y lavado de este artilugio en un baño público. Seguramente la usuaria subsiguiente reclamaría la presencia de Jessica Fletcher al deducir del sangriento panorama que se había cometido un crimen.
Como también alguien dijo, pensábamos que la III Guerra Mundial la iniciaría Corea del Norte contra el resto del mundo, no la CUP contra Tampax.
Sin Tampax y goteando a lo loco. Lo siguiente en esta secuencia de retorno al pasado seguramente será invitar a las mujeres a ir a parir al campo y cortar el cordón umbilical con los dientes. Todo muy natural, ecológico y económico.
Dentro de esta dinámica neanderthalista, no es extraño que ahora apueste por tener hijos en común, aunque no aclara si concebidos en común o criados en común. ¿Defiende Anna el poliamor, esto es, la relación íntima, sexual, amorosa y duradera con varios amantes? ¿Existirían reglas o funcionaría el aquí te pillo, aquí te mato? ¿Y qué hay de los celos? ¿Se le puede decir a una madre que quiebre el sentido de pertenencia respecto a sus hijos? Si no hay padres ni hijos, ni está la paternidad individualizada, ¿cómo se solventarían problemas tan nimios como la filiación, los alimentos, la tutela, la curatela, la guarda de menores, la herencia, y otras cuestiones «menores»?
El proverbio africano «Para educar a un niño hace falta la tribu entera», trasladado a nuestra sociedad, hace referencia a que en la educación de los hijos los padres y la escuela deben interactuar.
Esa suerte de fanatismo tribal que proclama Anna es muy peligroso porque está enmascarado de tolerancia. En realidad, nuestra hermosa y expresiva lengua asturiana tiene un término para calificar este tipo de proclamas: babayaes.
Del fanatismo a la barbarie solo hay un paso.