Está teniendo interés en España un libro hablando del alcohol en los escritores, esa angustia de mirar desde una barandilla un lago de palabras que relucen como un cardumen con el deseo de beberlo.
La obra, un laborioso trabajo de la crítica literaria inglesa Olivia Laing, se llama “El viaje a Echo Spring”, con el subtitulo “Por qué beben los escritores”.
La pregunta posee respuestas y quizás ninguna sirva para mantener un soporte moral y aún así el resultado concluyente, sea un libro que ocupará un espacio en la literatura universal en la que la bebida fuerte pervive.
La gloria bien vale una catástrofe que algunas veces – demasiadas - se cotiza con la propia vida.
De los variados, desdentados, oníricos, vagabundos, insoportables en lo personal, rufianes algunas veces, malas personas otras y aún así cerebros geniales en la literatura americana, se podría obtener en este viaje dos docenas de seres irrepetibles con creaciones de un nivel asombroso.
Olivia Laing escogió seis autores beodos de nivel superior para ese recorrido. Ninguna mujer, a sabiendas que con ellas podía hacer otro libro tan dramático o quizás más en muchos aspectos, que el publicado ahora. Por otra parte, de los ocho premios Nobel de Literatura (varones) que ha tenido Estados Unidos, cinco fueron consumados borrachines.
Los seis de estas páginas pródigamente acreditados, son auténticos talantes de los folios más pasmosos escritos en el siglo XX. Van por orden de nacimiento: Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Tennessee Williams, John Cheever, John Berryman y Raymond Carver.
Pudiera haberse unido igualmente a Walt Whitman, Truman Capote, Dylan Thomas, William Faulkner y cuantiosísimos más. El alcohol es un mar cuyas orillas, en lugar de conchas, desechos de barcos, troncos y guijarros pulidos, son el atraque en sus arenas de un drama de angustias ecunemicas.
Nadie conoce con certeza las causas por las que un escritor se emborracha hasta perder la razón, y cuando despierta de su hondo abismo, renace dentro de él la fuerza de un genio que traspasa la imaginación más sobrehumana y crea momentos estelares sobre cuartillas imperecederas.
John Cheever – recuérdese “El nadador”, texto cumbre - acertó a vislumbrar que quizá contar historias está relacionado "de alguna forma confusa y misteriosa" -señala Olivia Laing- con el deseo de beber. "El escritor cultiva, extiende, alza y aumenta la imaginación", dice él. “A medida que acrecienta su imaginación, también lo hace su capacidad para sentir ansiedad”, y de ahí a darse a la bebida puede haber solamente una raya divisoria, un espacio sin contornos. Y entonces pensamos en un ser cruzando las piscinas de las lujosas zonas residenciales hasta que se hunde en la derrota total.
No toda la gran literatura se halla encharcada del impetuoso alcoholismo, aún existiendo una relación hasta la médula, de escritores dipsómanos en todas las variadas acumulaciones de sus creaciones insignes.
En “La gata sobre el tejado de zinc” de Tennessee, con ese explicito homosexualismo en el personaje central masculino, recuerda Olivia Laing, había una frase que le quedó grabada y la tomó como título del libro.
Brick, el borracho, es convocado por su padre. Big Daddy le suelta un discurso y al cabo de un rato Brick toma su camino. “¿Dónde vas?” pregunta Big, y Brick contesta: “A hacer un pequeño viaje a Echo Spring”. Físicamente, Echo Spring es el nombre en clave para el mueble del bar, sacado de la maraca de “bourbon” que contiene. No es un whisky de calidad escocesa, es más bajo, en la historia que cuenta Olivia simbólicamente, sin embargo, se refiere a algo totalmente diferente: quizás al estado de silencio o “a la erradicación de pensamientos conflictivos que, al menos temporalmente, se consigue con la calidad suficiente de bebida”.
Parte de la literatura no fue escrita con tinta, sino con vino: Omar Khayyam, Gonzalo de Berceo, Bocaccio, Rabelais, Poe, Joseph Roth – “La leyenda del santo bebedor”- César Vallejo, Juan Rulfo, Anthony Burgess Baudelaire, Paul Bowles y con ellos una caterva impresionante que aún continua.
Ese viaje a “Echo Spring”, es un reconocimiento igualmente a la labor de la organización mundial Alcohólico Anónimo, que precisamente el próximo mes de junio cumple 81 años de ser creada en los Estados Unidos por dos médicos dipsómanos y que ha tantos alcoholizados ayudó y lo sigue haciendo. Al final del libro se insertan los famosos “Doce Pasos”. El primero de ellos dice:
“Admitimos que éramos importes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables”.