El pasado 17 de abril se cumplieron dos años de la muerte en México de Gabo. Tiempo antes había aparecido en español la biografía –“tolerada” y hagiográfica - del profesor inglés Gerald Martin, titulada “Gabriel García Márquez / A Life”, que en la edición castellana, la palabra “Una Vida” ha sido convertida en “Un mago”, al ser la existencia del caribeño una forma de sortilegio imperioso hacia el poder político, naturaleza atrayente que el autor de “El otoño del patriarca” había ido rebuscando con enfermiza pasión.
Tras esos días, en la revista mexicana “Letras libres” dirigida por Enrique Krauze, y en un trabajo firmado por el mismo, se desgranaba el trabajo de Martin con la precisión de un bisturí, descollando los incisos sobre una de las efusiones más incompresibles del colombiano de Aracataca: su admiración rayada en la sumisión hacia Fidel Castro.
El trabajo de Krauze era un ensayo impregnado de vitales razones y causas para llegar a entender – si se podía alcanza - esa teleología o dramaturgia que en un libro del filósofo José Antonio de Marina, tratando la práctica y teoría de la dominación, califica como “la más violenta de las pasiones humanas”.
¿Y por qué Gabo cayó en las redes seductoras del opresor caribeño como una oruga en los intricados hilos de la araña? Puede haber infinidad de razones y una sola y proverbial causa: la seducción. En García Márquez comenzó esa exaltación embelesado por las hazañas – unas reales, otras inventada - de su abuelo el coronel Nicolás Márquez Mejía, figura de inspiración en sus primeras novelas, “La hojarasca” y “El coronel no tiene que le escriba”.
La fascinación hacia otras persona con poder no suele ser una cualidad, sino “un modo de actuar, una estrategia”, expresa Marina, y aunque la sugestión en política suele tener fecha de caducidad, este no era el caso del Nobel, cuyo primer regalo del patriarca-abuelo admirado, fue un diccionario. “Este libro – dice el escritor que le dijo - no sólo lo sabe todo, sino que es el único que nunca se equivoca”. ¿Cuántas palabras tiene?”, le pregunto el niño Gabito. “Todas”.
Con ellas levantó un mundo pasmoso de una exuberante belleza tropical, en donde el léxico forman lo real maravilloso, creando mundo fabulador sobre un prosa fresca, flexible, como si naciera a una nueva existencia el momento de ser escrita.
No obstante, esta invención u utopía creadora no hace al ser humano mejor o peor, y la fantasía no es la realidad cotidiana, aunque se halla forjado sobre causas reales inverosímiles.
La simbiosis entre Fidel y García Márquez escapaba de toda lógica moral y nadie tiene que ver con la literatura. El líder, portador de un carisma mesiánico, exige obediencia absoluta. Y Gabo, al estar atado inexorablemente a él, su voluntad de discernir está distorsionada. Siendo esa la razón de verse incapacitado de expresarse antes las barbaridades de la dictadura castrista, aunque se sabe hoy, que García Márquez ayudo a salir de cubas varios presos cuyos delitos eran ser contrarrevolucionarios.
El autor de “El general en su laberinto” – pieza clave a la hora de hablar de poder total despectivo, cruel - no está solo en la atracción intensa del caudillaje único, otros le han precedido en la historia, entre ellos Maquiavelo, y en nuestra Europa, tras el final de la II Guerra Mundial destacados intelectuales europeos muy conocidos – y hoy siguen siendo admirados ya que el intelecto parece borrar la miseria humana - se entregaron, a Stalin, al déspota de esa negra y cruel época de la llamada “guerra fría” con su horrendo Muro de Berlín
La realidad factiblemente se encierre en estas palabras del propio colombiano: “Todo el mundo tiene tres vidas: la pública, la privada y la secreta”.
Uno añadiría una expresión más: la conciencia mezquina que se arropa como una chinche en conciencias de una valía sublime que también están construidas de material humano, parte de ello desechable.
El poeta extremeño Gabriel y Galán lo ha dicho certeramente: “Esto que tengo de arcilla y esto que tengo de Dios”.
De una manera u otra todos estamos construido de cierta mala levadura.