El país está volcado en actos culturales dedicados a conmemorar los 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra, el autor de “Don Quijote de la Mancha”.
De las magnas obras que poseen el titulo honorífico de clásicas y que van de “El poema de Gilgamesh”, “La Odisea”, “La historia de Genji”, “Los cuentos de Canterbury”, “Macbeth” o “La Divina Comedia” entre dos docenas más, el libro de Cervantes sobresale con una fuerza creativa asombrosa.
En esos folios se hallan cada una de las facetas humanas y cada lector se ve reflejado en ellas. Es la supervivencia al natural saliendo a nuestro encuentro de manera tan fluida que nos hace participes de esos enredos quijotescos, como nos va sucediendo en los lances de la existencia. Allí se hallan los matices de cada hombre o mujer tal como somos, y sobre ellos partimos hacia los campos de La Macha, una entelequia vivencial que habrá de imprimir el sello inalienable del camino que habremos de recorrer cada uno de manera inexorablemente.
Guste o no, desde hace cuatro siglos hemos sabido que aquellas páginas escritas en un castellano antiguo y que fue traducido a todas las lenguas de Europa incluido el latín, lo hizo apenas vio la luz en la imprenta madrileña de Juan de la Cuesta, editadas por Francisco de Robles, prohombre que financió cada uno de los aspectos del volumen, en 1605.
Don Quijote y Sancho Panza han sido – con creces – los mejores embajadores de la España imperecedera, y aún siguen remontando en este siglo XXI en los labrantíos de Toboso y mucho más allá, deshaciendo entuertos y enfrentándose a gigantes que, miedosos ante el empuje del Caballero de la Triste Figura, se convierten, cobardes ellos, en simples y melindrosos molinos de viento.
La obra va desarrollando en cada lector los tejidos del ser humano en cada paso relampagueante de la existencia. Todo está allí, es el libro que resume los defectos y valores que cada uno de nosotros lleva en el largo trasiego de la existencia. Es muy española la obra, de eso no hay la menor duda, y aún así, lo que almacenan sus cuartillas son atributos universales. Esa es la causa de que hoy se examine en todos los idiomas y dialectos más valorados del planeta.
Ciertamente, los celtíberos e hispanoamericanos leían las aventuras del Quijote en una lengua barroca que era muy difícil de comprender y eso hizo que muchos lectores no pasaran de las primeras páginas. La mayoría de los alumnos en los colegios sabían de carrerilla las primeras líneas de la obra cervantina: “En un lugar de La Macha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.
Y así comienza la primera traducción actual de “Don Quijote”: “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no hace mucho un hidalgo de los de lanza ya olvidada, escudo antiguo, rocín flaco y galgo corredor”.
Ha sido necesario, tras las consabidas polémicas de los puristas, que uno de los más prolíficos novelistas hispanos actuales, un erudito de la obra cervantina, Andrés Trapiello, pusiera en castellano actual, íntegro y fielmente, la gran creación cervantina. Su trabajo es admirable y su aceptación plena. Gana don Miguel y gozarán en demasía los lectores. ¿Quienes de los hispanohablantes pueden hoy entender una lengua ya muerta, que obligaba a hacer un tremendo esfuerzo para comprenderla? Uno recuerda su niñez en la escuelota del barrio El Llano del Medio en Gijón. Cuando el maestro nos pedía leer unas estrofas del Quijote padecíamos una aprensión temible. Los alumnos de ahora, gracias a Trapielllo, no cruzarán ese calvario.
Son tantas las esencias humanísticas que sujetan la obra, que guardadas en las alforjas de la vida nos permitirían interactuar dignamente con nuestros semejantes.
En 2009, presenciando los “Premios Príncipe de Asturias”, el escritor albano Ismaíl Kadaré - obtuvo el galardón de las Letras - nos atrapó con estas palabras:
“Cuando entre mi país y España no iba ni venía nadie, un caballero solitario, despreciando las leyes del mundo, cruzaba cuantas veces se le antojaba la frontera infranqueable. Ya imaginaréis a quien me refiero: a Don Quijote. Fue el único al que no consiguió detener aquel régimen comunista, para el que la cosa más fácil del mundo era precisamente detener, prohibir”.
Cervantes escarbó en el soplo humano, soñador en ocasiones, amargo otras, doliente las más de las veces. La libertad siempre.