Hubo un tiempo, cuando el hombre observaba las estrellas en medio de su soledad, en que tuvo el coraje de comenzar a caminar cruzando la raya del horizonte, forjar un futuro batallando contra las adversidades, los elementos y los barbarismo que rompían los valores éticos, morales y religiosos que los harían humanos.
Siglos después ¿seguimos manteniendo ese atributo de vida en nuestra sociedad? No ahora mismo. La manera en que nos hacen hincar las rodillas los canallescos fanáticos del Estado Islámico o ISIS, demuestra que el miedo y lo más atroz, la indiferencia, nos han postrado.
¿Qué estamos haciendo ante los horripilantes atentados que cometen esos sanguinarios en los territorios en que se guarecen bajo nuestra mirada indiferente? Algo sí: lloriquear.
Destrozaron los trenes en Atocha con docenas de muertos, desgarraron vidas en París y Bélgica. ¿Y la respuesta dada? Ramitos de flores, como si de una fiesta escolar se tratara. No hay duda de que las personas, depositando esos manojos, sentían rabia y dolor, y siendo ese homenaje un sentimiento, es un gesto que en horas o días estará olvidado. Napoleón fue certero. “Abandonarse al dolor sin resistir es abandonar el campo de batalla sin haber luchado”. Eso está haciendo Europa.
Se reúnen en Bruselas los ministros de exteriores de la comunidad, como lo hicieron con la masacre de París, sin ponerse de acuerdo, y ahora deciden - ¿son tan ineptos? – comenzar a tomar medidas… en junio. ¡Qué ineptos!
Hace unos años, en Tel Aviv, se lo escuchamos decir a Paul Theroux cuando se hallaba descubriendo las costas del mar Mediterráneo para escribir “Las columnas de Hércules”:
“Es muy difícil defenderse de una persona que está dispuesta a sacrificar su vida con tal de matar a otros”.
Tan caóticas están las cosas en Bélgica – lo llaman Estado fallido – que hay informaciones que hacen temblar.
El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, ha desvelado que uno de los terroristas autores de los ataques, Ibrahim El Bakraoui, fue detenido en su país y deportado a Bélgica, tras informar sobre la peligrosidad del fanático violento. Las autoridades judiciales de la nación europea decidieron ignorar la advertencia y dejaron al pajarito en libertad.
Como es lógico, el jefe del Estado turco se ha mostrado crítico con la actitud de los responsables antiterroristas belgas, que no hallaron nexos criminales en el patibulario extremista. Así estamos.
A su vez, no les ha sido aceptada la dimisión a los dos ministros que la presentaron sintiéndose responsables de lo sucedido. Posiblemente los culpables deben ser los policías de punto de la ciudad capital de Europa.
El barrio Molenbeek de Bruselas es un zoco o medina cerrado. Allí viven unas 70 mil personas, la mayoría, como les gusta definirse, “árabes, belgas y musulmanes”. Los yihadistas: “árabes y musulmanes”. “La zona es tierra de nadie, está fuera de control”, dijo el ministro de Interior Jan Jambon. Que esto pueda suceder en una urbe civilizada en pleno siglo XXI, es de pavor. Dispone de una sola comisaría de policía, hay 11 mezquitas oficiales, más tres docenas sin registrar levantadas en pisos, tiendas, talleres o garajes. En ellas prolifera la exacerbación contra occidente. La tasa de paro entre los jóvenes supera el 40% y están dejados en manos exaltados sin preparación.
Que nadie se llame a engaño: contra el terrorismo solo cabe una acción: enfrentarlo. Con palabras y paños calientes, siempre vencerá el subversivo.
La fallecida Oriana Fallaci era una pitonisa: desmenuzaba el pasado y conocía el espanto del futuro
La escritora italiana no utiliza subterfugios ni eufemismos: Decía que la amenaza no es el fundamentalismo musulmán, ni el terrorismo islamista, ni cierta interpretación radical del Corán. Para ella la amenaza la constituye el libro de las Suras, que tiene docenas de interpretaciones cada una de ella más demencial.
Y el núcleo de su denuncia se centra en la pasividad de Occidente – en particular de Europa, y en base a ello creó el neologismo “eurabia” - ante la ramificación creciente de islámicos que comparten ese credo y van levantando “islas del Derecho” donde la sharia, y no la ley común, regula las relaciones sociales.
Sin embargo, lo que le ha ganado a esta mujer la animadversión del establishment, es que denunciaba a quienes, como la “Izquierda Caviar” – Podemos en España - y los gobernantes acomodaticios europeos, consideraban que alentaba una leyenda rosa sobre el Islam como una religión ajena al fenómeno de la dominación y el terrorismo.
¿Exageraba Fallaci cuando señaló la torpeza de Occidente? No, hablaba con claridad sorprendente:
"Nuestra tecnología y nuestra estupidez. Nuestro triunfo intelectual y nuestro cáncer moral. En definitiva nuestro paradójico suicidio al abrirle las puertas a quienes pretenden destruir el cristianismo, la democracia y el sistema jurídico basado sobre la existencia de los derechos humanos”.
Y lo decía ella, que se confesaba “atea cristiana”.
¿Qué nos queda hoy a nosotros, europeos del llanto? Las florecitas y el miedo.