Más que nunca, tener en cuenta los grandes desafíos

Es precisamente cuando es mayor la bruma que, para ayudar a disiparla, conviene elevar el vuelo, salir de la vorágine, para encarar decididamente los grandes retos que, como no me canso de repetir, pueden llegar en varios de los procesos actuales –sociales, medioambientales, armamentos de destrucción masiva- a puntos de no retorno. 
Como ejemplo, la noticia que figura en “La Vanguardia” el 24 de febrero: “El nivel del mar subió más rápido en el siglo XX que en los últimos 3.000 años”. El aumento de los océanos fue de 14 centímetros. El fenómeno es consecuencia de las emisiones de gases provocados por el hombre. Esta elevación se ha producido entre 1900 y el año 2000. “Podría parecer poco, pero a los científicos les alarma la velocidad de estos cambios, pues son una amenaza cierta para las zonas costeras y tierras bajas y otras zonas de humedales”. 
En el último siglo el nivel del agua del mar ha subido a una velocidad sin precedentes en los últimos milenios debido a la fusión de los hielos en tierra y, sobre todo, la expansión térmica de las aguas marinas. 
Es de destacar que esta elevación se ha acelerado en los últimos veinte años. Los investigadores “han calculado que el nivel del mar muy probablemente aumentará de 0.51 a 1,3 metros al final de este siglo si el mundo sigue dependiendo en gran medida de los combustibles fósiles. Si se cumplieran los acuerdos alcanzados en París el pasado mes de diciembre, y las contribuciones nacionales prometidas se llevaran efectivamente a cabo, la subida del nivel del mar podría reducirse a 24-50 centímetros”. 
A todas estas, el fanático Trump en EEUU diciendo auténticos dislates intolerables y en la Europa monetaria la preocupación se centra en que no se vaya el Reino Unido, que nunca ha entrado, y que no lleguen los refugiados e inmigrantes, consecuencia de la insolidaridad y de la sustitución de las Naciones Unidas por grupos plutocráticos… Y en España, con la inercia de las mayorías absolutas antidemocráticas, no se sabe aprovechar lo único que ahora importa: avanzar, guiados exclusivamente por los valores éticos y no por los bursátiles, hacia un sistema político en el que quepa la extraordinaria riqueza de las identidades de sus habitantes, y se sitúen a la altura de las circunstancias. Recuerden que, por primera vez en la historia, desde hace unos años se han producido unos cambios radicales que el inmenso poder mediático trata de mitigar u ocultar: progresivamente, todos los seres humanos pueden expresarse libremente, pueden participar, pueden construir sistemas genuinamente democráticos; conocen lo que sucede en todo el planeta y devienen, con esa conciencia global, ciudadanos del mundo; y, sobre todo, la mujer, “piedra angular de la nueva era” según el Presidente Nelson Mandela, incrementa rápidamente su papel en la toma de decisiones a todas las escalas. Esto es lo importante, porque, quiéranlo o no los reaccionarios y nostálgicos, estamos llegando al “nuevo comienzo” que preconiza la “Carta de la Tierra”. En 1945 las Naciones Unidas se fundaban sobre la base de que “Nosotros, los pueblos…” íbamos a “evitar a las generaciones venideras el horror de la guerra”. Entonces, los pueblos no tenían voz, eran invisibles, anónimos, temerosos… y, en consecuencia, la razón de la fuerza siguió predominando sobre la fuerza de la razón. Ahora, no: en muy poco tiempo, la gente tomará en sus manos las riendas del destino. La inflexión histórica de la fuerza a la palabra no tardará en producirse. 
Alcemos, por tanto, nuestra mirada de los horizontes tan sombríos que hoy nos ofrecen a escala global, europea y española y alcemos también la voz. Es apremiante.



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