¿Y si no hubiera esperanza?

 

Ahora,  a mediados de la segunda  década del presente siglo XXI, tan atiborrado de incertidumbres y aprensiones,  conocidas las ondas gravitacionales y tras años de haber   doblegar los átomos y subirlos a la carreta de la muerte convertida en la portadora de la energía nuclear, se nos anuncia con timbales agnósticos, que la base del “alma” humana o nuestra conciencia del yo, es el producto de una reacción bioquímica dentro del cerebro.

 El estudio  de antropología cultural  ha revelado “que la mayoría de los creyentes, sea cual sea su culto, tienen interiorizado un modelo extremadamente antropocéntrico de Dios”. No solamente posee una figura humana, “sino que utiliza los mismos procesos de percepción, razonamiento  y motivación que las personas”.

En el pensamiento Pentecostés del medioevo, el alma era, en claro concepto de la  verdad, la tradición venida de la misma filosofía grecorromana.  Ahora hay dudas,  y se habla de que en nuestra mente, ese concepto de “alma”, es una simple internación de células nerviosas,   proyectadas  en la parte  posterior del córtex  cerebral.

¿Para qué sirve  entonces  Dios?  Como resistencia, se nos dice, de lo que es inhumano e indigno del hombre. El teólogo y jesuita, Joseph Moingt expresa: “¿No será que aún no se han escrito las más bellas páginas de la historia de Dios?”.

Si fuera segura la presunción de que el “espíritu” es  una estricta reacción química, y aceptáramos   que la promesa  de una vida eterna ha sido una artimaña de las religiones, su encaje efervescente nos llevará  a un  yermo espeluznante, y la raza humana no estaría sola, sino desamparada, desasistida   de un soporte que la envolviera de una onda consoladora.  Y es que a partir de ahí,  el  “homo erectus”,  convertido en el  “homo sapiens”, comenzará a enfrentarse  el instante perentorio de su inflexión moral o en las membranas que ayudan ante los miedos y fracaso.  No existiría  la  ilusión levantada en la raya del horizonte de la vida. ¿Terrible? Más que eso: el vacío.

Moshéh ben Maimón, más conocido como Maimónides, judío nacido  en la Córdoba  andaluza musulmana, exponía: “Solo nos es dado discutir lo que Dios no es”.

 En cierto texto nos acordamos  de haber leído estas palabras: “El mundo material ha tenido un Curvier, la atmósfera de Newton. Todos conocen, pues, la atracción del mundo material, pero ¿dónde están los  Curvier y los Newton del alma?”.

 Somos animales con miedo, soledad, ramalazos de querencia e infinidad de dudas, siendo así, que a estas alturas nuestra empinada existencia, apoyados en la misma fe del eremita solitario,  nos agarramos a la  ilusión  de que el alma sea el reflejo del universo en expansión que tal vez no tuvo principio y que quizás no tenga fin.

Y, en esa envoltura, ¿tampoco esperanza?



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