El 3 de noviembre de 2014 publiqué un blog con este título que, por considerar que ahora es una cuestión todavía más apremiante que entonces, resumo a continuación:
“Desde hace tiempo, en diversas manifestaciones y blogs, he insistido en que para transformar la realidad en profundidad hay que conocerla en profundidad. De otro modo, las reformas pueden ser sesgadas, epidérmicas, efímeras.
Primero, es preciso que todos sepan muy bien cuáles serían las ventajas o inconvenientes que se derivarían de cualquier cambio. Después, es necesario escuchar, disponiendo al efecto de todos los mecanismos que garanticen que los resultados son fidedignos y recogen la opinión de los ciudadanos.
La crispación es mala consejera. Lo peor es que, progresivamente, el pensamiento se sustituye por el sentimiento y la razón por la emoción.
Hay que escuchar. Si no hay reforma hay ruptura. La Constitución no se defiende conservándola tan sólo sino adaptándola oportunamente… para que confiera una gran capacidad de autogobierno, una real autonomía en una nación federal de una Europa federal (hoy casi exclusivamente unión monetaria).
El nacionalismo españolista tiene que tener en cuenta, antes de que sea tarde para una solución serena, que la vertebración territorial de España se hace con fórmulas políticas y no con imposiciones. Una mejor articulación en todas las dimensiones no se logra a través de comicios o mecanismos plebiscitarios sino con acuerdos orientados por el carácter específico de las Comunidades Autónomas españolas, cuya diversidad es la gran riqueza del conjunto, unidas por unos cuantos principios democráticos por todos aceptados.
Ha dicho el Presidente del Gobierno que “las leyes se cambian pero no se violan”. Y, a continuación, nada ha cambiado… Por otra parte, es irresponsable ofrecer horizontes ambiguos carentes de las garantías necesarias relativos a las circunstancias inmediatas en las que discurriría la vida de la ciudadanía catalana. Decidir después de haber sido bien informados sobre lo que sucedería, en el caso hipotético de que la secesión tuviera lugar, al día siguiente de “ser soberanos”.
La secesión no cabe en la Constitución española ni en el régimen jurídico de las Naciones Unidas ni de la Unión Europea. Sin embargo, una profunda modificación del Título VIII de la Constitución permitiría, a través de las fórmulas políticas apropiadas -la federación es la más extendida- que todas las actuales Comunidades Autónomas pudieran ejercer plenamente el alto grado de autogobierno que es deseable.
El gobierno actual ha logrado, con su imperturbable actitud de espectador imperativo, que la Constitución, en lugar de ser la solución sea el problema. Los cincuenta Estados que constituyen la nación de los Estados Unidos de Norteamérica, después de una terrible guerra de secesión, son un ejemplo de conciliación de la diversidad y de la unidad. Y Alemania, Brasil, Rusia, México, Suiza…
Insisto: la Constitución, cuyo Título VIII quedó inacabado por la amenaza de un golpe de Estado –que estuvo a punto de situar de nuevo a un militar en la presidencia del gobierno español- debe ahora adaptarse a los tiempos que vivimos. Para el bien de todos. De todos los catalanes. Y de todos los andaluces… y vascos… de todos los españoles”
Ante tan graves problemas a escala mundial es hoy más importante que nunca en el pasado actuar serena y rápidamente para resolver cuestiones que nos impiden, por su efervescencia presente abordar los problemas cruciales que, particularmente cuando se trata de procesos potencialmente irreversibles, son esenciales para el futuro de la humanidad.