Así me dijo el demonio una vez: “También Dios tiene su infierno: es su amor a los hombres”.
De un escritor alemán de la antigua Prusia.
De enredo como de araña fue lo que ocurrió a Benedicto XVI con el PALLIUM, símbolo de la misión del pastor, del Ministerio Petrino, que es una lana de cordero que se pone sobre los hombros papales, pecho y espalda, y que representa a la oveja perdida, enferma o débil que el pastor lleva a cuestas. El pallium, puesto a Benedicto por el cardenal protodiácono, el chileno Medina Estévez, en la Misa de Iniciación del Pontificado el 24 de abril de 2005, por ser de preciosidad estética, resultó difícil de poner y de llevar muy aparatoso.
Años después, Benedicto sustituyó aquel pallium por el más normal, dejando el artístico depositado en el relicario de Celestino V en Aquila, Italia; un Celestino también Papa y también dimisionario ¡qué misterio! Hoy sábado, 6 de febrero, el Evangelio lo protagonizan ovejas y pastores, pues se lee que Jesús, al ver que tantos andaban “como ovejas sin pastor” tuvo lástima (lo cual no es nada sorprendente ni antes ni ahora). Que el Papa Francisco sea pastor vino como anillo (otro símbolo de Pedro) al dedo.
Ningún enredo provocó la Carta-Encíclica Spe Salvi (2007) de Ratzinger, que es un Tractatus de muchas ciencias; una reflexión de un profesor teórico( o contemplativo), no práctico como Francisco, y que no enredó (la Encíclica) porque pocos, muy pocos, la leyeron, no obstante las interesantes reflexiones sobre la esperanza y el pensamiento contemporáneo (de Marx señaló la “gran capacidad analítica” y “la agudeza de sus análisis”, lo cual hubiera causado a il canarino sotto la finestra de Pio XII un ataque de hipo.
Una Encíclica magistral con sibilinas referencias al capitalismo, que luego desarrollaría el Papa Francisco con ataques muy directos. Y es que Benedicto, tanto en eso, como en las denuncias de los pecados de “carrierismo” y de la vanidad en la Iglesia, fue pionero, denuncias en Angelus, en la Audiencia de 3 de febrero de 2010, en los Consistorios, en los miércoles de ceniza y hasta en los viajes (viaje a Portugal). Evidentemente, todo a la manera de Benedicto, con la impronta de Homo oestheticus, que no es la paradoxalis del jesuita Papa Francisco.
Ahora vamos a tratar ya lo del barullo o embrollo inmenso en el que se vio envuelto “mi bendito Benedicto”, a causa de los cuales resultó muy perturbado, perdiendo casi lo tan suyo como la “armonía, la afinación y lo pulchrum. El principio del fin del Pontificado de Benedicto ocurrió en enero de 2009, con ocasión de la remisión de la excomunión a cuatro obispos de Lefebvre (uno de ellos, Williamson, había negado en la televisión sueca, en noviembre de 2008, la realidad del uso de cámaras de gas por los Nazis). Ese hecho, con avalancha de protestas, reveló una inoperancia sorprendente de la Secretaría de Estado y de la Curia. Un Papa en soledad total (los episodios de ese escándalo se pueden leer en el libro Attacoo a Ratzinger, publicado por los “vaticanistas” Paolo Rodari y Andrea Tornielli, con protagonismo de cardenales longoevi como Re y Calderón Hoyos). Al libro, pues, nos remitimos.
Sí, por el contrario, nos interesa ahora y aquí examinar cómo un hombre tan mesurado, de mucha medida –“hábil trapecista” como demostraremos en parte siguiente y final- aparece en medio de una tempestad incontrolada, inadmisible y constitutivamente insoportable para él. El texto para el análisis es la papal Carta a los Obispos de la Iglesia Católica, de fecha 10 de marzo de 2009, sobre la remisión de la Excomunión de los cuatro Obispos.
En esa carta llena de interrogaciones inquietantes, que trata de clarificar y hacer comprender, Benedicto escribe, de manera insólita en un documento pontificio, de su “contrariedad”, de las “heridas con hostilidad dispuesta al ataque“, de “desaciertos”, del “debemos tomar nota”, de “me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema”. Y no menos sorprendente fue el final en referencia a San Pablo: al “morder y devorar” de la Epístola a los Gálatas. Benedicto escribe: “Desgraciadamente este morder y devorar existe también hoy en la Iglesia”. Las arañas, que los italianos llamaron corvi, se metamorfosearon en tarántulas negras y de caverna como las de Nietzsche (Los discursos de Zaratustra).
Hay que tener precaución con las construcciones gramaticales que contienen predicados cualitativos y de participio: “exagerado retórico” del sujeto (San Pablo) escribió Benedicto. Que Pablo fue un exagerado es lo que repiten los que dicen que el cristianismo es una exageración de Pablo; esos mismos, enemigos de Saulo, se siguen preguntando: ¿Qué sería de Cristo sin Pablo de Tarso? Benedicto XVI, por el contrario, es muy paulino, al que cita continuamente en sus escritos (la Spe salvi facti sumus, con el que inicia su Encíclica es de San Pablo). Y a Ratzinger le pasó lo que suele ocurrir a los tímidos: no hay mayores atrevidos que los tímidos asustados y “fuera de sí”.
Lo último escrito sobre San Pablo está en el libro El Reino de Enmanuel Carrère (Anagrama 2015); un libro recomendado sólo a los que tienen mucha fe. Si el que ahora escribe leyó tal libro, no estando entre los de mucha fe –con ello anda en líos-, es porque el autor Enmanuel, un tarambana, es hijo de madame Hélène Carrère d´Encausse, de L´Academie française, a la que todo leo por ser la mejor experta en la santa Rusia, el rusismo de su alma y en la URSS. Gracias a ella comprendí a Dostoyevski, al también lee el Papa Francisco -dado que ahora en el Vaticano ya usan Internet, esto se lo deberían filtrar a Francisco-.
El asunto Williamson, unido a lo de la escandalosa pedofilia (inmadurez y falta de identidad sexual de cierto clero), fracturó física y psíquicamente al Papa, lo que se percibió en las posteriores apariciones públicas de los años 2009 y 2010. El 4 de abril de 2010, en un artículo publicado en el periódico de Asturias La Nueva España, titulamos: Y la tormenta se desató sobre el Vaticano. Posteriormente, el 3 de octubre de 2010, después del viaje papal al Reino Unido de Gran Bretaña, publicamos otro con motivo de ese viaje, que lo terminamos así: “Con modestia y atrevimiento de laico, al Papa, que tantas escaleras aún deberá subir, deseamos mucho cuidado y muchos cuidados” (luego vendrían los graves acontecimientos de 2011 y 2012).
Es para destacable que en tiempos de inoperancia y de filtraciones por doquier, bajo la batuta del cardenal Bertone en la Secretaria de Estado del Vaticano, al número tres de tal Secretaría, al arzobispo Dominique Mamberti, Secretario de la Sección para las Relaciones con los Estados, se le haya colocado por el Papa Francisco la birreta cardenalicia (il capello rosso in testa). Explicable por la condición de francés, que lo francés en Roma es de prestigio (esto bien lo sabe el cardenal Rodé, que no es francés sino esloveno), y muy poderosa, aunque temblorosa, es la mano del actual camarlengo y protodiácono, el cardenal francés Jean-Louis Tauran, que también fue Secretario de aquella Sección. Mamberti es hoy Prefecto del Tribunal de la Signatura Apostólica, en sustitución del famoso cardenal Burke, ahora de vacaciones en Malta por haber ladrado demasiado.
Todo lo anterior quede dicho sin desdeñar la inteligencia de bisturí y la discreción de boca cerrada de monseñor Dominique, que procede de Academia Pontificia y no de la diócesis de Astorga, la del cocido maragato, y sufragánea de la “Archi” de Oviedo, por eso y por más, también maragata.
El barullo, el desconcierto, la pérdida de control de la situación –insoportables para un Homo oesthteticus-, provocaron la estampida de Benedicto XVI en febrero de 2013, que ya tuvo un precedente: la marcha o escapada por lo mismo --el barullo- de la Universidad de Tubinga en los años sesenta, dando un adiós a Hans Küng.
Y Benedicto XVI, en la declaración de renuncia a seguir siendo Pontífice, Máximo y romano, mantuvo el pulcrhum –el texto fue leído en latín-; pero sin ningún añadido estético, siendo suficientes la vestidura papal (la muceta o el terciopelo rojo con armiño blanco, junto a la imponente estola haciendo juego) y la artística decoración de la Sala del Palacio Apostólico. En cualquier caso, allí donde hay drama, desesperación y angustia, lo bello y su contemplación es como si se desconstruyese (Derrida). La cara de Benedicto recordó a la de Pablo VI durante el cautiverio de su amigo Aldo Moro; y Papas ambos con sentimiento de fracaso, rotos, cascados y fallidos a primera vista.
El rostro feliz de Benedicto XVI en la radiante mañana del 24 de abril de 2005 se transformó en rostro doloroso en la oscura mañana del 11 de febrero 2013, con unos ojos y ojeras que hasta parecían pesarle. La renuncia a ser la cabeza del Colegio de Obispos, a ser el Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra, es mucha renuncia: es y fue un acto extremo, a la vez normal por estar en la norma canónica y muy anormal, que el mismo Papa calificó de decisionem magni pro Ecclesiae vita.
Y si la renuncia, la repudiación, la abdicación, son siempre complejas en lo jurídico –en el Civil y en el Canónico- renunciar al Ministerio de Pedro tiene componentes teológicos de difícil respuesta. ¿Si la elección Papal es obra del Espíritu Santo, a ese Espíritu se le puede decir basta? ¿Es que el ligamen que une a los obispos con su diócesis, al Papa con la Iglesia, no es también indisoluble como el que une a los esposos? ¿Es que lo único indisoluble en la Iglesia católica es el matrimonio? ¿Cómo es que aquél a que Dios escoge pueda dejarle sin fuerzas? Cuestiones de profundidad teológica que siempre –siempre- se plantearon con ocasión de las infrecuentes renuncias papales. Dejando estacionadas las sutilezas teológicas, el humano principio de necesidad -evitar males mayores- ha de ser causa justa de renuncia, y por eso está prevista en el Código de Derecho Canónico.
En cualquier renuncia a derechos, cargos y oficios se requiere un proceso –en todo, en todo, siempre hay un proceso hasta en la generación espontánea misma-. En el caso de renuncia al Ministerio de Pedro, el proceso tiene tres fases esenciales: a) lo que conduce y termina en la libre voluntad de abdicar, b) la redacción escrita y firma del texto de renuncia y c) la comunicación, sentado el Papa con los Cardenales (Consistorio). El texto en latín, firmado y leído por el Papa, supuso un trabajo de una antiquísima institución (siglo IV): el Colegio de Protonotarios apostólicos, con título honorífico de “Muy Reverendos Monseñores, siendo siete los notarii di numero) e integrados en la Familia Pontificia y en la Secretaría de Estado. De la pericia de los notarii habrá salido lo de más hondura jurídica de la Declaratio papal: “Siendo muy consciente de la seriedad de este acto, CON PLENA LIBERTAD, declaro que renuncio…”. Y téngase en cuenta que Benedicto XVI es de excelencia teológica, no jurídica como lo fue Pio XII. Francisco es de excelencia pastoral como San Ignacio, que, por guipuzcoano, fue mucho del Divino Pastor.
La intervención de una pluralidad de personas en un proceso hace muy difícil mantener el secreto de las “actuaciones”. Por ello, los más importantes cardenales de la Curia, aquella mañana, en el Consistorio, ya sabían lo que estaban oyendo.
Y muy ilustrativo es lo que resultó con la semántica de la palabra latina Re-nuntiare al pasar a las lenguas romances…
La redacción de lo anterior tuvo, en la madrugada del último jueves, la compañía musical de una excepcional opera teológica (de Teología Política): AKHNATEN de Philip Glass, siendo los textos en inglés de Shalon Goldman (1987 CBS Inc).
(Continuará, Dios mediante, el 20 de febrero la sexta y última parte).
La explicación de las fotografías se encuentra en Lasmilcarasdemiciudad.com.