Es muy difícil jugar con Dios y no ensangrentarse.
(Eso lo escribió un cristiano greco-ortodoxo, al que bautizaron con el nombre de Nikos).
Continuamos con el Papa Ratzinger; a Von Balthasar lo dejamos ya tranquilo, y ahora convocamos a Hans-Georg Gadamer. Otro alemán, éste de más pura raíz o cepa germánicas -por ser de la Alemania luterana- que la de Ratzinger, que es de la Baviera católica. Una Baviera, que tuvo un Rey, Luis II, loco famoso por la película de Visconti. Precisamente, es por la vía de este esteta y dandy que nos dirigimos al Milanesado, muy de la “familia Visconti” y de la Cátedra de San Ambrosio.
Aquí pide el escritor a sus lectores especial atención para que no confundan lo que son saltos de ardilla roedora –acrobáticos-, con lo que es el llamado “pensamiento ardilla”: un continuo pasearse por las ramas. En esta 4ª parte, seguimos en nuestro objeto o tronco (y de ramas, nada), que es el meollo de Papas, entre “Parecidos y Diferentes”, Benedicto y Francisco.
Fue en la Catedral de Milán, una tarde gris del 14 de febrero de 2005 (días antes del Cónclave de 2005), cuando Ratzinger subió al imponente púlpito de San Ambrosio, y desde allí, pronunció la oración fúnebre o sermón por la muerte de monseñor Luigi Giussani, de cuerpo presente. El sermón fue magistral, como pudieron constatar los presentes y los que siguieron la ceremonia fúnebre, en directo, por la Radio y Televisión (la RAI).
Aquella predicación, por su forma y fondo, “sonó” a este tele espectador, aquí escritor, a una anticipada “Urbi et orbi” de Ratzinger, entonces Decano del Sacro Colegio y Prefecto de lo de la Fe. La segunda, la genuina, la “Urbi et Orbi” del Papa Benedicto XVI, fue dos meses después, la tarde del Habemus Papam, el 19 de abril. Hasta aquel sermón, el Ordinario de Milán, allí sentado en su Cátedra, el cardenal Dionigi Tettamanzi, aún escuchaba a los que decían que era “papable” ¡Qué engaño de aduladores!
El párrafo precedente es fácil escribirlo hoy; más difícil fue haberlo escrito el mismo día 19 de abril, horas antes de la elección papal. Eso se hizo en el artículo publicado en el periódico matutino de Asturias La Nueva España bajo con el siguiente título: “El gran elector: monseñor Ratzinger”. La importancia del artículo –créanme los lectores y no hay ironía en la petición- es fundamentalmente para la Teoría literaria: demostración de que los escritores –éste antes escribano- siempre escriben, escribimos, de lo mismo.
¿Cómo creer a los hagiógrafos de “mi bendito Benedicto”, que cuentan la historia mítica del deseo de Benedicto de retirarse a un monasterio? Los hagiógrafos de San Ignacio de Loyola escribieron cosas parecidas. Y es que es muy bonito y como de muy santo, decir que lo que se desea, de verdad, es el retirarse a un monasterio para rezar y estudiar; eso, en realidad, lo hacen de verdad, unos pocos, muy pocos, los benedictinos y dos más. Y admiro a los monjes benedictinos por haber inventado la conjunción genial para el management contemporáneo: el lugar adecuado (Monasterio), la sabia norma (la Regla de San Benito) y la autoridad sensata (el Abad), que es mucha más de autoridad y sensata que la de un “superior”.
Y casi todo es explicable, pues, por una parte, dicen los de la psique (también de Apuleyo como el eros) que está el consciente, y, por otra, el subconsciente, que no dejan de jugar entre sí, siendo regla de juego hacerse trampas ¡Qué bobadas a veces las del consciente…!
En la Historia de la elección de Papas -escrito quede para que conste- hubo dos cónclaves “jesuíticos”. El de 2005, con dos jesuitas en primera línea: Martini y Bergoglio, y el de 2013, que, por primera vez en la Historia, hizo Papa a un jesuita, al Jesuita Padre Bergoglio: diana perfecta. Es entendible que el Decano Sodano, del Sacro Colegio Cardenalicio, no siendo elector por impedimento de edad, anduviera, nada más enterarse de lo de Bergoglio, purgando como “alma en pena” por los aledaños de la Capilla Sixtina, y en busca del Subdecanus, el cardenal Giovanni Batista Re, para pedirle explicaciones por presuntos “desafueros”.
Y ahora sí toca lo de Gadamer, el hermeneus dialogante y entusiasta según su biógrafo, Jean Gorudin, del Evangelio de San Juan por ser el más griego de los cuatro, que fue un artista (Gadamer) de la explicación y de la comprensión, como el divino Hermes. En su Palabra e Imagen (1992) escribe de la “armonía, de la afinación y de la belleza”. Tres palabras tres, que son el “modo de ser y estar” del Papa Ratzinger, el homo oestheticus (como el Papa Bergoglio es el homo paradoxalis).
Fue en el Viaje Apostólico al Reino Unido (2010) cuando el Papa Ratzinger exhibió por primera vez un objeto muy especial: un bastón, siendo el auténtico fenómeno no el objeto, sino la manera de sujetarlo; en mínima sujeción para que no caiga, con delicadeza extrema y nada que ver con la palabra tan brusca y bruta que es “agarrar”. Es una muy elegante forma de coger o asir, como diciendo: “Ni te quiero ni te necesito”. Ver a Benedicto con el bastón es como ver una cumbre de armonía y de delicadeza de afinador (¿afilador?) de pianos.
Una precisión inmediata, en referencia a Benedicto XVI, se impone. Sería más exacto sustituir la palabra “bello” por la de “pulchrum”. Benedicto, a propósito de las obras de arte y la pintura del judío Marc Chagall, llamó la via pulchritudinis al tránsito de la belleza “hacia el infinito y la Verdad y la relación con Dios” (Audiencia de miércoles en Castelgandolfo). Item mas: El 30 de julio de 2012 Benedicto firmó la Litterae Apostolice Motu Proprio Datae, que denominó Pulchritudinis Fidei, y de tanta pulcritud que su redacción está sólo en latín: una barrera que únicamente la pueden pasar los muy pulcros.
Al final de la precedente 3ª Parte, hicimos referencia a la FORMA, señalando sus dos enemigos: los que las desprecian y los que las exageran. Sabemos que sin “forma” no hay Arte, ni Ceremonia, Liturgia o Ritos, y que es:
a) Palabra esencial en la Teología. Lo de la “Sagrada Forma” (léase el Método en Teología, 4ª Ed. de Bernard Lonergan), hace innecesario más disquisiciones por ahora.
b) Palabra esencial en la Filosofía, siendo indesligable el contenido del continente. Lo de mucho clasificar fue siempre asunto y cosa de Aristóteles.
c) Palabra esencial en el Derecho, tanto en el Público (leyes de excepción y estados excepcionales que lo primero que suprimen son las formas o garantías procesales de los ciudadanos (–el que más supo de esto fue otro alemán, el jurista Carl Schmitt-), como en el Privado (protección por las formas a la voluntad manifestada, tal como en el matrimonio y en los testamentos).
Pasar, corriendo, por lo anterior, sin estacionamiento, causa zozobra al que escribe, que durante años se dedicó, profesionalmente, a hacer formas –escrituras- y que vio estropicios formales, muy de fondo. Mas no nos extraviemos: Benedicto XVI es un gran amante de las formas por ser homo oestheticus, pero tiene un inconveniente: es germano, y a los germanos, según Ben Donald, “les apasiona la absoluta perfección y la armonía en nuestro caótico mundo” (autor del libro (1996) Springtime for Germany or How I learned to love Lederhosen). Aquel afán germánico de perfección absoluta llevó a que la Historia de Germania haya sido catastrófica: un reiterado vaivén, un pasar continuo de lo angelical a lo más demoniaco, fáustico y de Goethe.
Nada que objetar a la ortodoxia de las formas litúrgicas o ceremoniales del Papa Benedicto XVI, ni tampoco a las del Papa Francisco. ¡Qué importante es tener sapientes Maestros de Ceremonias, aunque acaben muy mal de los nervios, que es el riesgo profesional de los de tal oficio! Ni de ello se libró el bueno y Ceremoniero monseñor Virgilio Noé, luego cardenal. Pudiera ser que el germanismo, incluso el más Light de Baviera, hubiese llevado a Benedicto a incurrir en excesos y en desmesura.
¡Qué lío montó Papa Ratzinger con la Litterae Apostolice Motu Proprio Datae SUMMORUM PONTIFICE! Por ese Motu Proprio se amplió la posibilidad, con carácter excepcional, de celebrar la misa según los libros litúrgicos de 1962 (Juan XXIII), permaneciendo la forma ordinaria que es la establecida por Pablo VI en 1970. ¿Para qué guiñar ojos a los de monseñor Lefevbre, que ni miran ni ven? Y con lo de la Liturgia es preciso ser muy cuidadosos y nunca nerviosos: Matthew Hodgar, en su libro titulado Satire, con grabados de mucha risa, recuerda que la tradición escénica del mimo, que depende de la mímica, fue un espectáculo de mucha diversión en el Bajo Imperio Romano. De ninguna manera se puede admitir que la Liturgia se convierta en un espectáculo de Mimo (cosas tridentinas).
¡Qué lío montó Papa Ratzinger con lo de las marcas! Que si los zapatos de la “casa” Geox y que si los mocasines colorados fueron diseño del creativo italiano (valga la redundancia) llamado Prada, siendo en verdad ingenio del zapatero pontificio -lo pontificio admite muchos sustantivos de oficios, el Teólogo, el Notario, el Zapatero, el Limosnero o de la Limosnería Apostólica (que esté ultimo sea en la actualidad un polaco es una paradoja, otra, de Francisco (¡un Limosnero polaco, eso fue el acabose!). Y qué lío el de Papa Ratzinger con los lentes de sol de Serengeti.
Es inútil el empeño, aún para un Papa alemán, de que las formas sean perfectas. En todo lo humano resulta y resalta lo imperfecto. Así, el sombrero Saturno puede tener una mancha o el cartón puede presentar arrugas; así el Papa puede pretender que bajo la sotana blanca nunca, jamás, se le vean los pantalones, pero hete aquí que, al saludar con los brazos en alto a la multitud, acaba enseñando los tobillos, muy imperfectos a ciertas edades por problemas circulatorios.
No es sorprendente que el Papa Ratzinger, antes de serlo, se pasease por la Plaza de San Pedro de manera austera, con sotana negra y boina casi como la de los vascos muy varones. Sorprenderse por el cambio es ignorar la condición germánica y de los germanos: ser Papa es una cosa muy seria para andar con sotana y boina (los notarios alemanes, nada más serlo, lo primero que buscan son cintas de colores y lacres para adornar los documentos). Benedicto XVI –en esto es diferente de Francisco- jamás colocaría la Cruz pectoral, de obispos y cardenales, colgada allí donde la barriga comienza a abombarse o a la altura del ombligo: siempre el pectoral en el pecho. Benedicto la llevó en su sitio.
El autor, sin necesidad de espejo, se ve sonriendo en los últimos párrafos. Pero se ha de interpretar su sonrisa como un homenaje más al “bendito Benedicto”, que es uno de los escasos clérigos con sentido del humor (Francisco también lo tiene; en esto son parecidos). Humor que es escaso en profesiones de alto simbolismo, por miedos e inseguridades comprensibles. Este problema también lo tienen los toreros.
Esta 4ª Parte se escribió con el acompañamiento musical de Tabular Bells, de Mike Oldfield, versión de 1998.
(Continuará)
EXPLICACION DE LAS FOTOGRAFIAS:
La foto número 1 es de los tobillos de Benedicto XVI. Fue realizada en la primera jornada del viaje papal al Trivéneto, en concreto en Aquileia. Benedicto tenía por costumbre, al saludar a la multitud, levantar en exceso los brazos. Jamás enseñó pantalones por explicables razones, pero sí los tobillos, que son de más intimidad.
La foto número 2 está en el libro citado en el artículo del inglés Ben Donald. Se ven a unos alemanes danzando con mucha gracia y para risa.
La foto número 3 es del artículo publicado en la edición matinal del periódico de Asturias La Nueva España. La elección papal fue por la tarde del mismo día 19 de abril de 2005.
La foto número cuatro es de un Tauro, que no precisa de laberinto; él es laberíntico. La fotografia se hizo en el pueblo de trigos y viñas, llamado Gordoncillo, en la provincia de León, casi Tierra ya de Campos.