Pues mire usted, ya sea lectora o lector, que esta vez el título no es alegoría ni metáfora. Ocurre que en la antesala del nuevo año, mientras esperaba a un viejo amigo --bueno, viejo no él, sino la amistad--, de esos astur americanos que vuelven, cual golondrina, una vez al año a su tierra prometida, decidí tomar algo en una amplia terraza hostelera del centro de Oviedo.
El lugar resulta 'chic' y confortable, a no ser por el fresco general, así que pedí un vinín --ya sé, ya, pero estamos en fiestas, caramba-- que me puso con amabilidad añadida y su correspondiente aperitivo la eficiente posadera. Entregado que me hallo a mis reflexiones --por ninguna de las cuales daría yo mismo un euro, la verdad-- cuando veo con asombro que dos gorrioninos y un gorrionón --debía de ser el güelu de la nidada-- vienen a posarse en los respaldos de las sillas vacías ante mí, usándolas a guisa de percha de ave, que es lo que eran y por tanto lo propio.
Como veo que gurugutan y miran alternativamente al platillo de la tapa y a mi oronda persona, decido poner una vianda de la misma en la mesa, delante de los tres auto invitados. Debo decirles que ya vi el acercamiento con cierta sorpresa --y mucha alegría, ya que los creía poco menos que extintos--, pero que ésta subió a mayúscula cuando uno de ellos baja de la 'percha' a la mesa, da unos pasinos, pica la fruslería, más grande que su cabeza, y realiza un fantástico despegue desde una pista más corta que la de Madeira. Así que, ni corto ni perezoso --así soy yo, ejem-- pongo un segundo artículo en venta y ¡segundo gorrión en pista!. Y luego el tercero, al que relevaron otros tres, y tras ellos otros tres. Como observación de ornitólogo de pacotilla, les diré que creo que se trata de una única familia, ya que saciada la fame no volvieron, y de ser una bandada aquello no hubiese acabado jamás.
La moraleja de esta historia es que me permitió recobrar la esperanza en que los humanos aún tengamos arreglo. Por un lado, porque la naturaleza, al parecer, es capaz de sobreponerse a nuestro poco saludable modo de vida urbano, adaptándose a él. La segunda, porque es evidente, clarinete, vaya, que alguna parroquiana o parroquiano de buen corazón hace tiempo que comparte sus tapas con estos gorrioninos tan guapos y trineros.
Miren, no les diré dónde fue el encuentro en la tercera fase, porque no dejará de haber castrón que quiera repetir la experiencia, pero apañando a los probes paxarinos para destinarlos a un arroz con aceitunas. Pero sí aprovecharé el relato para desear a todos un feliz 2016, igual, por lo menos, para quienes les fue bien y mejor para aquéllos --tantos...-- a los que les va mal. A los familiares y amig@s a quienes no pude felicitar, un abrazo o un ósculo, según toque. Y a los que ya se fueron, siempre en el corazón y en el recuerdo.