Todos hablan de “mayoría absoluta”… cuando la palabra “absoluta” es la antítesis de “democracia”. Lo que conviene son mayorías procedentes de acuerdos, de concertación permanente, de escucha atenta a “los pueblos” como con tanta clarividencia se inició en 1945 la Carta de las Naciones Unidas. Entonces “los pueblos” no podían expresarse. Ahora, sí. Aquí reside la esperanza. No en la “mayoría absoluta”.
Tenemos que sustituir la fuerza por la palabra, la gran inflexión histórica que se avecina. Y la imposición del “rodillo” -que tanto daño ha hecho en los últimos años- por la conciliación, por la democracia genuina. Y que los “mercados” se calmen, atentos a la voluntad de sus clientes, que aspiran a que sean los valores éticos y no los bursátiles los que orienten la economía. Y que los grupos plutocráticos se reemplacen urgentemente por un multilateralismo eficiente, por unas Naciones Unidas refundadas que puedan hacer frente con apremio a los grandes problemas mundiales potencialmente irreversibles, que nos afectan a todos: extrema pobreza, medio ambiente y amenaza nuclear. Y todo lo demás es cosa pasajera y de importancia local. Pensemos en todos los seres humanos y no en unos cuantos privilegiados. Y verán cómo las cosas van mejor entonces.