Palabras y autocracia

Al ser las noches de nuestro enervado  cuerpo una agobiante duermevela, leer sigue siendo el bisbiseo más placentero para el que no desea ser  crepúsculo encajonado sobre el tálamo.  Examino libros que ya he leído y a ratos escribo más allá del alba,  en el saliente rincón marino de mi exilio interior rozando la orilla del mar Mediterráneo.

 Conociendo este piélago salino de tanto observarlo durante mañanas enteras en la playa valenciana  de Malvarrosa, nadie como Lawrence Durrell en el “Cuarteto de Alejandría”, cuando en las páginas del volumen  “Baltasar” enunciaba:

“El Mediterráneo es de una pequeñez absurda; por la duración y la grandiosidad de su historia lo soñamos más grande de lo que es”.

Durante unos meses Durrell desembarcó en  las islas griegas. Hay más de mil; algunas, simples peñones donde pastan cabras. Las visitó andariego en  los tiempos de Homero.

El Mediterráneo es un perpetuo narrador de historias anónimas empujadas hacia un hálito cambiante.

 Al cruzar las columnas de Hércules, sobre Gibraltar y Ceuta, el céfiro se vuelve vendaval tras convertirse en levante o siroco. Partiendo de  Niza es mistral; más tarde, tramontana,  al rozar las costas de Nápoles a la vera de los acantilados de Torre del Greco, los farallones de Sorrento y la isla de Capri. En algún lugar de los arenales de Túnez se le susurra jamsin.  Siempre es el mismo viento con transformados nombres.

Ante tantas ventiscas, lo más atinado es rodearse de libros, soporte que no guarecerá el cuerpo, pero sí cubre el espíritu de arrebatadoras sensaciones. Éxtasis, dirían los creyentes en los prodigios telúricos. 

  En la madrugada de esta pasada Nochebuena, regresamos a un libro ya viejo conocido. Lo había leído antes en Caracas, en  aquella vereda de Chacaíto en que el espíritu se fraguó con las ventoleras del trópico y las sinrazones despóticas de Hugo Chávez, aquel comandante que creyó hasta su muerte  ser la viva reencarnación de  Simón Bolívar y el creador de una biblia pagana  llamada “Socialismo del siglo XXI”.

 La novela, mitad historia y mitad recreación literaria, es de Mario Vargas Llosa y se llama “La fiesta del Chivo”, siendo el  relato de un drama político de opresión  y egocentrismo tan común en el  hemisferio latinoamericano.

  “El Chivo” es el sobrenombre que los conjurados para exterminarlo le dieron al sanguinario generalísimo dominicano Rafael Leónidas Trujillo. En esa tétrica  lista se incluyen  el haitiano Francois Duvalier , el tosco personaje que hizo de la magia negra la base de un terror físico/psicológico,  y  Juan Vicente Gómez, cuyo gobierno oscurantista impidió la entrada de Venezuela al siglo XX hasta el año 1935, fecha de su muerte.

 El mérito del libro consiste en hacer ver cómo los tentáculos de la dictadura todo lo corrompen, suben sobre las paredes, se introducen en las alcobas, se implantan en las conciencias y allí, convertidos en mandrágora, absorben cada valor moral.

 Hay en la novela un diálogo sorprendente entre el presidente títere, Joaquín Balaguer, nombrado a dedo, y el propio Generalísimo. 

 El pequeño timorato e inteligente adulador, quiere impedir que un asesino, el teniente Peña Rivera, sea ascendido a capitán.  Ante esa negación, Trujillo le expone argumentos contundentes:

 “Usted, Presidente Balaguer, tiene la suerte de ocuparse sólo de aquello que la política tiene de mejor: leyes, reformas, negociaciones diplomáticas, transformaciones sociales. Le tocó el aspecto grato, amable, de gobernar. ¡Le envidio!

 Me hubiera gustado ser sólo  un estadista, un reformador. Pero gobernar tiene una cara sucia, sin la cual lo que usted  hace sería imposible. ¿Y el orden? ¿Y la estabilidad? ¿Y la seguridad? He procurado que usted no se preocupe de esas cosas ingratas. Pero no me diga que no sabe cómo se consigue la paz. Con cuánto sacrificio y con cuánta sangre. Agradezca que le permitiera mirar a otro lado, mientras yo, el teniente Peña Rivera y otros teníamos tranquilo al país, para que usted escribiera sus poemas y sus discursos.”

  En esos párrafos el peruano / español Vargas Llosa desnuda  la perpetua realidad  de estas tierras afrocaribeñas y sus islas, lugar donde un “Tirano Banderas” valleinclanesco aposentó su real despotismo y sigue gobernando, envuelto en brumas, algunas de estas ínsulas por interposición desalmada de mampuestos   autócratas.

 Tal vez sea una aprensión infundada recordar ese libro y esa historia ahora, y aún así -– gato escaldado no se acerca al fuego- viendo el desbarajuste político de las últimas elecciones generales en España,  a uno, inconscientemente, le llegan los temibles vapores de la revolución bolivariana y siente temor. 

Recordemos otros varapalos políticos en España, y es que nunca pasa nada hasta que no  sucede.



Dejar un comentario

captcha