Amar a la madre Gea

 Se presentó en París, tras la 21º Conferencia del  clima  organizada por las Naciones Unidas, “la hoja de ruta climática” surgida de  acuerdos,  incertidumbres y negociaciones que ha contado con la más amplia presencia de  gobernantes del mundo.

No será, lamentablemente – conociendo las difíciles   circunstancias ambientales  del Planeta Azul - una panacea. Los intereses económicos seguirán imperando por encima de una realidad aplastante: la tierra, tal como la conocemos, va camino de convertirse en un desierto si no se toman medidas apremiantes; la principal, que la temperatura ambiental no suba dos grados más. Parece cosa  baladí,  no obstante sobre esa cifra está en juego el futuro de la raza humana como hoy la conocemos.  La diosa Gea  ha comenzado hace varias cosechas  a llorar gotas de sangre. 

En el  cenáculo parisino  se han alterado los  protocolos: los jefes de Estado, normalmente,  clausuran los encuentros;  esta vez, lo abrieron. ¿Razones?  Si no se cuenta con el mayúsculo poder político, todo se irá, como ha venido sucedido hasta ahora, al garete.

La frase  pronunciada en estos días  hasta el cansancio, es una plegaria  que cada uno   deberíamos  tener en los labios: “El futuro del planeta está en juego y solamente nosotros, los propios seres humanos, podemos salvaguardarlo”.

 Lo expresan los especialistas con dictamen firme: “De seguir aumentando las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera, la vida en la tierra, nuestro imprescindible hogar,   se haría insoportable”.

 Y otras palabras tan irrefutables como unos ojos que miran a lontananza suspirando con desasosiego: “La primera gran medida para defender el medio es atender las dificultades, siempre graves,  de la población empobrecida”. Sin ese laudo inexorable, lo  ejecutado fuera de él  iría directamente  al fracaso.

Otra verdad que debiera sonar en nuestros oídos como un repiquetear de campanas,  son los subsiguientes inquietantes  datos:

Los 30 países más desarrollados que representan el 20 por ciento   de la población mundial, consumen el 80% de la energía y el 40% del agua potable. A cuenta  de las pésimas condiciones del  líquido de la vida, 60.000 personas mueren al día. Cerca de 3.000 millones de humanos beben   sorbos húmedos de ínfima calidad y, de ellos, un tercio sigue sin acceder al agua purificada.

 El año que termina es considerado como el más caluroso desde que se controla la temperatura del planeta, lo que produce  los siguientes devastadores efectos:

La atmósfera y los océanos se han calentado; la cantidad y extensión de las masas de hielo y nieve han disminuido; el nivel del mar ha subido y las  concentraciones de gases de efecto invernadero han aumentado.

En la mitad del medio, una  realidad: quienes más debieran hacer para  que el cambio climático fuera controlado son   los países desarrollados, y  no lo hacen.  O lo efectúan a cuenta gotas.

Nadie  debe ignorarlo:el planeta está enfermo y  el único que puede salvarlo, rescatarlo de sus padecimientos, es el propio ser   humano.

 Curioso teorema: el paciente, si lo desea, puede protegerse a sí mismo,  ya que la vida en la tierra, si no es destruida  en un hipotético  cataclismo venido de la profundidad del Universo, depende únicamente de nosotros.

En las cumbres climáticas hay exactitudes como montañas, e igualmente demagogia a toneladas. Algunos líderes llegan a los foros con palabras elocuentes, discursos encendidos, tronando y maldiciendo a las naciones más poderosas industrialmente… sin presentar una sola solución. Son los incurables  embaucadores de oficio.

Todos,  en mayor o menor medida,  somos responsables de nuestra madre Gea: sí hay pobreza profunda y dramática en el planeta;  es cierto que tenemos los ríos y mares contaminados, mientras   la hambruna es de espanto y  el carbono de los gases y deforestación van camino de envenenar el aire. Disculpen: la culpa no es solamente de las naciones desarrolladas, igualmente lo es de  los pueblos paupérrimos que nada hacen  a favor del medio ambiente que les rodea. La tierra amada nos pertenece a todos por igual.  Existe una acción que  la puede  realizar todo buen ciudadano sensible a la naturaleza: depositar en distintos contenedores el plástico,  papel,  hojalata y  vidrio.

Uno debe salvarse a sí mismo y ayudar   a la naturaleza que nos rodea. La tierra es  nuestro  hogar  y  nos corresponde protegerlo.



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