Pedro Sánchez no suda

 

A diario dejamos ver a los demás parte de nuestra personalidad y costumbres a través de la pulcritud en nuestro arreglo personal, en nuestra imagen y en nuestra forma de vestir. Orden, perseverancia, disciplina, esfuerzo, congruencia, son valores anexos al ejercicio de esta virtud. A través de ellos damos muestras de un modo de vida y de un modo de entender nuestra relación con los demás. La persona que se esmera en su apariencia personal crea en su entorno un ambiente de armonía y provoca una respuesta positiva en quienes le rodean.

Pedro Sánchez no suda. Mariano Rajoy, sí. Y no nos estamos refiriendo a la expresión de origen deportivo “sudar la camiseta” como incitación al trabajo intenso, sino a su significado académico de exhalar o expulsar sudor.

Rajoy seguramente sufre hiperhidrosis o exceso de sudor en la cara, fenómeno que se incrementa en sus apariciones televisivas porque la luz que se utiliza es muy fuerte y aumenta la temperatura, lo que, unido al nerviosismo propio de estas intervenciones, hace que quienes son propensos a este tipo de problemas aumenten la sudoración, provocando brillos inoportunos en el rostro.

El tema no es baladí. La historia nos ofrece ejemplos paradigmáticos de la importancia que tiene la imagen a la hora de votar.

El primer debate televisado celebrado en 1960 entre los dos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, Richard Nixon y John Fitzgerald Kennedy, da buena cuenta de ello. Quienes lo escucharon por radio dieron como ganador a Nixon al considerar que sus ideas eran más convincentes y estaban mejor expresadas. Sin embargo, y para desgracia del republicano, la gran mayoría de los americanos siguió el debate por televisión, y para ellos el claro vencedor fue su adversario, el candidato demócrata Kennedy. Nixon acababa de pasar dos semanas en el hospital por un problema de rodilla, estaba ojeroso y pálido, acudió a la cita tras haber mantenido una reunión con organizaciones sindicales y no dejó que lo maquillaran. Kennedy, más joven y atractivo, lucía un saludable bronceado y cruzaba las piernas con relajada despreocupación. Su vestuario también era más favorecedor que el de Nixon, cuyo traje gris se confundía con el decorado. Kennedy ganó las elecciones con tan solo una diferencia del 2% de los votos. Su apariencia en el debate resultó decisiva.

También forma parte de la historia la imagen que proyectaron las cámaras de George Bush padre, ojeando su reloj en pleno debate con Bill Clinton en 1992, lo que evidenció una sensación de aburrimiento que las urnas le hicieron pagar.

Los candidatos debieran tener muy presente que, según un estudio realizado por investigadores del Instituto Tecnológico de Massachussets, los ciudadanos con escasa información política y que pasan muchas horas al día viendo la televisión, votan en función de la presencia física de los candidatos. Este segmento de la población, muy influenciado por la apariencia, responde a un perfil muy definido: se trata de ciudadanos con escaso nivel cultural y formativo, que son muy susceptibles a votar basándose en el físico.

Cierto que, como decía Truman Capote, “el que no imagina es como el que no suda, almacena veneno”, pero cierto también -y esto lo afirmaba Maquiavelo- que “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”.

 Los asesores de imagen de Rajoy debieran hacer un esfuerzo e intentar poner en valor el dicho de que “una buena imagen vale más que mil palabras”.

 

 

     



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