¡Qué gran lección nos está dando Francia! ¡Qué envidia! El Senado y la Asamblea Nacional cantando la Marsellesa en Versalles; Hollande proclamando sin complejos que estamos en guerra, y todos, Gobierno y oposición, aplaudiendo. Qué diferencia con lo ocurrido hace once años en nuestro país, que no solo fue aprovechado con fines electoralistas, sino que se culpó al Gobierno de los atentados.
Qué pena, también, pero al menos Francia sabe que los promotores de las acciones terroristas son extranjeros aunque su ejecución se encomiende a nacionales. Poco tiene que ver con lo ocurrido, pero quizá convenga recordar aquellas palabras de Amadeo de Saboya que decían: “Si al menos fueran extranjeros los enemigos de España, todavía. Pero no. Todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra, agravan y perpetúan los males de la Nación, son españoles”.
Las informaciones que circulan sobre la posible infiltración de yihadistas entre los refugiados como consecuencia de la aparición de un pasaporte sirio cerca del cuerpo de uno de los terroristas suicidas de París ha hecho saltar por los aires la frágil política de asilo de la Unión Europea.
Se confirme o no la información, no es aventurado pensar que ISIS utiliza las corrientes migratorias para introducir en Europa criminales suicidas para atentar contra las personas y los intereses comerciales de nuestra democracia.
Recordemos que el lema habitual de las pancartas yihadistas es muy elocuente: “Usaremos vuestra democracia para destruir vuestra democracia”. Son asesinos pero no mienten.
El primer ministro de Eslovaquia anticipó el fracaso afirmando: “Espero que la gente abra los ojos ahora”. El responsable para Europa del nuevo Gobierno de Polonia advirtió que a la luz de lo ocurrido en Francia no hay posibilidades políticas de aplicar los acuerdos de ubicación de refugiados.
Estamos en Guerra. Lo dijo el Papa y le llovieron las críticas, lo dice Hollande y lo aplauden. Puro filibusterismo.
Y, en verdad, estamos en guerra. No es una guerra convencional, cierto, pero es una guerra patente en la que se utilizan tácticas poco usuales. Provocar la emigración masiva es una de ellas. Se persigue el colapso de Europa, el aumento del gasto, el enfrentamiento entre los países de la UE. Y también este fenómeno encubre una estrategia militar ya relatada por Homero en la Odisea: el caballo de Troya. En su versión moderna consiste en introducir terroristas a través de los éxodos masivos.
La gestión de la crisis de los refugiados no es acertada. Es la impresión de la mayoría de la población. Nadie niega solidaridad, pero todos queremos seguridad, y ambos términos son incompatibles entre sí en las actuales circunstancias; incompatibles, al menos, en términos absolutos. Es como si queremos untar una tostada con miel y Nocilla: se embarra. Solidaridad, sí, pero en los países de origen o en los campos de refugiados ya existentes. Lo contrario, además de generar inseguridad, es crear expectativas falsas.
¿Qué puede ofrecer Europa a los refugiados? Alojamiento y comida de forma temporal. El trabajo y la integración cultural son literalmente imposibles por más que la habitual demagogia política los prometa. El trabajo, porque no lo tienen los europeos, y en cuanto a la integración cultural, baste decir que en Turquía, país más próximo a nuestro modelo de sociedad, el 34 por ciento de los hombres defiende que la violencia contra las mujeres es necesaria para “disciplinarlas”. ¿Qué podemos esperar de este modo de pensar?
Salgamos de la rueda del hámster. Dejemos de dar vueltas. Hay dos maneras de llegar al desastre: una, pedir lo imposible; otra, retrasar lo inevitable. Si descartamos lo imposible, lo que queda es la verdad, y esta proclama que es imposible ganar sin que otros pierdan.