Cementerios

Desde que por razones de salubridad -fundamentalmente en España desde la epidemia de cólera de Pasajes (1781), producida por las miasmas de los cadáveres enterrados en las iglesias- los cementerios empezaron a construirse en las afueras de los pueblos y las ciudades, fueron articulándose en torno a estos recintos disciplinas propias de los camposantos, como la arquitectura y escultura funerarias, la decoración mortuoria, la propia traza de los cementerios, y la epigrafía y la botánica funerarias.

La obligada visita a los cementerios del próximo día uno de noviembre puede convertirse en un momento propicio para disfrutar de este tipo de manifestaciones artísticas.

Un paseo por el “Jardín melancólico”, como lo ha llamado Francisco Quirós Linares, a la vez que un testimonio de respeto hacia nuestros difuntos, puede convertirse también en un momento adecuado para adentrarnos en el conocimiento de las disciplinas citadas y también iniciarnos en el conocimiento del lenguaje de las flores.

En Europa, la visita a los cementerios forma parte de los paquetes turísticos. Es tal el auge que ha adquirido el turismo necrológico que se ha creado un organismo ad hoc para analizarlo: el Instituto de Estudios sobre Turismo Necrológico de la Universidad Central Lancashire (Inglaterra). Según el informe publicado por este instituto, el turismo necrológico permite a la gente pensar y considerar la muerte desde una distancia cómoda. Los turistas experimentan una sensación de alivio al sentir que pueden dar un paso atrás y regresar a la seguridad de sus propias vidas. La visita al camposanto es muy ilustrativa y permite penetrar en la esencia del ser humano y su posición ante la muerte.

Quizá lo más curioso que podemos encontrar en orden a conocer la naturaleza humana son los epitafios, que conforman una disciplina denominada epigrafía funeraria que ciertamente está en fase regresiva a consecuencia de la proliferación de los columbarios que, ayunos de leyenda o inscripción, pasan a ser tumbas anepígrafas.

Hay epitafios que desbordan optimismo y bienestar: “La muerte es el adorno que pongo al regalo de mi vida”; los hay de contenido poético: “Debéis guardar silencio, se ha dormido tan dulcemente el tiempo entre mis brazos”; otros hacen referencia a la profesión o condición del difunto: “Delineante de la construcción”; en ocasiones se alude a la causa de la muerte: “Muerto en acto de servicio”; los hay que tienen como destinatarias a personas concretas: “Papá, no te vayas, no te vayas, por favor. Nosotros te queremos, necesitamos de tu amor”; otros, en fin, contienen una llamada a la reflexión: “Como te ves, yo me vi, y como me ves, te verás”. Todos son en realidad un reflejo del sentimiento del ser humano ante un acontecimiento que no por temido deja de ser natural: la muerte.

El lenguaje de las flores no se queda atrás. Cierto que no hay unanimidad a la hora de atribuir a cada flor un significado, pero los más habituales son los siguientes: alhelí: siempre me parecerás hermosa; aloe: pena; amapola: eres fantástica; clavel rayado: no puedo estar sin ti; clavel rojo: se me parte el corazón; crisantemo: te quise de verdad; jazmín: fuiste una delicia; tulipán: te declaro mi amor eterno.

Los cementerios son un buen lugar para la meditación y no debieran concitar nuestro interés solamente el día de los difuntos. Su conservación,  restauración y cuidado constituyen un índice del gusto y del respeto de una comunidad hacia sus muertos a la vez que un testimonio histórico.



Dejar un comentario

captcha