Definir la corrupción es tarea compleja, por más que sea consustancial a la naturaleza humana y venga acompañando al hombre como la sombra al cuerpo. En realidad, el término es la transposición a la vida social y política de un fenómeno que solo existe en la naturaleza, como afirma Alejandro Nieto. Los cuerpos naturales se corrompen cuando, deteriorada o desaparecida la energía propia que condiciona su existencia como tales organismos, se disgregan en sus elementos, se desnaturalizan y pasan a ser otra cosa. Perdida la vida, el cuerpo animal o vegetal sufre un proceso de corrupción y termina desagregado en gases y minerales.
Similar metamorfosis ocurre con los cuerpos sociales. Si las razones que justifican la existencia del Estado, de la nación, son la consecución del bien común, del interés publico, de la seguridad jurídica, de la legalidad, del principio de igualdad, desaparecen o se deterioran, se inicia un proceso de descomposición del sistema, de corrupción, de incompatibilidad con la democracia.
Algo así ocurre en Cataluña. El movimiento secesionista es corrupto en la medida en que quiere destruir, y lo es también porque incumple la legalidad y sus promotores carecen de legitimidad para impulsarlo.
El incumplimiento de la legalidad constitucional es patente: lo que deben decidir todos, lo quiere decidir una parte. Más aún, sus líderes no solo incumplen la legalidad “estatal”, sino la legalidad que ellos mismos han aprobado. Su ilegitimidad deriva de las urnas: solo representan al 47% de los electores. ¿Quién puede confiar en personajes de esta catadura ética?
El hombre es juez nato, y fue precisamente uno de ellos quien personalizó a la justicia como una diosa de ojos vendados que sostiene en una de sus manos la balanza y en la otra la espada. La balanza significa el equilibrio, el razonamiento, la búsqueda de la verdad jurídica; la espada, la autoridad para hacer cumplir las decisiones; los ojos vendados quieren evidenciar que la justicia no mira a la persona sino al derecho.
En Cataluña parece que sobran la balanza y la espada, y la diosa de la justicia permanece, no solo con los ojos vendados, sino, además, ciega y sorda. Los movimientos independistas no solo incumplen la legalidad ordinaria y constitucional, sino que incurren claramente en responsabilidades penales, porque el documento que quieren aprobar es una clara conspiración para la secesión. ¿Dónde está el Gobierno? ¿Dónde está el Ministerio Fiscal?
Ciertamente, Rajoy ha puesto en marcha tímidos intentos para configurar un frente nacionalista que ha deparado más sorpresas de las deseadas. Solo determinados partidos políticos han manifestado un apoyo claro y contundente y, a buen seguro, lo notarán en las elecciones generales, que, al igual que las catalanas, serán susceptibles de ser interpretadas en clave plebiscitaria.
Ante esta situación de claro desapego nacional, cabe preguntarse: ¿qué nos une a España?; ¿tenemos un sentimiento patriótico?
He intentado encontrar la solución y lamentablemente llego a la conclusión de que a los españoles solo nos une el deporte, sea colectivo (selecciones nacionales de fútbol, baloncesto, balonmano...), sea individual (Nadal, Alonso, Contador...). La cultura, la historia, la lengua, la literatura, que tradicionalmente actuaron como vehículos de cohesión, han quedado postergadas por la misma Constitución que ahora se violenta, desde el momento en que atribuye a las comunidades autónomas la competencia sobre la educación.
Es difícil acabar con el secesionismo. Sus seguidores son beckettianos y practican su doctrina: “Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.
Debieran tener en cuenta que el escritor irlandés también es autor de aquella frase que dice: “Todos nacemos locos, algunos continúan así siempre”.