“Y los tiburones no dejan de moverse. Si se detienen, se hunden y se mueren en el fondo del mar”.
Carlos Fuentes (Los años con Laura Díaz)
El último 28 de octubre asistí a una conferencia sobre la Laudatio si; La pronunció el P. Francisco Álvarez S.J. en el gimnasio del Colegio de La Inmaculada de los jesuitas, en Gijón, y de entrada diré que por ser sitio de tantos ejercicios (espirituales), lo del gimnasio me pareció insuperable.
El P. Álvarez, al parecer con pesados fardos y cargas en Roma, quiere, por lo de la cercanía que se le llame Patxi. Soy de los que creen que la cara no es espejo del alma, no, pues estoy convencido que es el espejo del paisaje. Por tanto Patxi tiene la cara o/y el espejo de vasco, como yo los tengo de astur-navarro, lo cual no es una anécdota sino una categoría esencial.
Y lo de la cercanía es una pretensión -que aplaudo- de jesuitas, que tanto gustan, como el pagano Heráclito de Éfeso, de armonizar los contrarios: ser muy cercanos y muy distantes, proximidad y lejanía extrema de las fronteras. Claro que a veces la cercanía pretendida se hace difícil por la necesaria contención emocional ¿acaso frialdsad? de los milites de San Ignacio, que es un detalle dandy, inevitable en gentes inteligentes.
El P. Patxi pronunció bien su conferencia sobre la Laudatio si con el inconveniente, natural, de que es joven y de que come –según dijo- mucha pasta y helados en su residencia romana; no obstante es flaco y alámbrico. Eché en falta -así lo manifesté- el presupuesto teológico de la Encíclica, a la Teología de la Creación, a Jonas y a Jürgen Moltmann (la Teología siempre es presupuesto fundamental), no por un culturalismo teórico o el tratar de acercar, sin complejos, la Teología a la Ciencia, sino por exigencias prácticas. Si el respeto al Medio Ambiente es voluntad de Dios y mandato evangélico, ha de “obligar” a todos, empezando por la Iglesia misma, que no solamente ha de predicar o escribir textos y textos, unos más literarios o líricos que otros, sino dar trigo, o sea, ejemplo. Recordar a los cristianos que tienen que hacer ahorros en los derroches de luz y agua, por ejemplo, está bien, aunque para eso basta mirar los recibos y facturas al final de mes de esos elementos y quedar de piedra. Hacer poesía en las encíclicas, tampoco está mal, aunque para poesías, lo mejor a mi gusto son los sonetos de Quevedo.
Y me surgió una escandalosa pregunta: ¿la fundamentación teológica de lo ecológico no ha de obligar a la Iglesia, que tanto escribe y pontifica, a ser más cuidadosa con sus inversiones en empresas nefandas y dañinas para el Medio Ambiente, aunque muy rentables económicamente? Me imagino que en este punto, algún lector o lectora pensará y con razón: “¡Ya estamos con lo progre y la proguesía tonta del 68!
La reflexión sobre en qué invierte el Vaticano, cuáles son sus inversiones empresariales, fue, como dije, el 28 de octubre. Pues bien, en la tarde noche del día 5 de febrero, a propósito del libro de Fitipaldi, leí una información sobre la lista de empresas altamente contaminantes en las que busca réditos el Estado de la Ciudad del Vaticano. Como la información la creí, acaso ingenuamente, me empecé a sentir mal, muy mal -como en locura quijotesca-, por lo que consideré un acto de “cara-durismo” romano. Eso –pensé- impide el intento de “entrar en diálogo” al que la Carta se refiere.
Hice a continuación lo que recomienda un libro o manual, mí preferido, de auto-ayuda ante situaciones de angustia, estrés, arrebato y cabreo: pasear y respirar muy hondo. Y todo se cambió para mí, como por ensalmo, pues lo que iba a ser un furioso y rabioso ataque a la Encíclica del Papa Francisco (también Papa Patxi) por extrema incoherencia entre la teoría y la práctica, se convirtió en defensa del texto y de su pontificio autor.
De “mi bendito Benedicto”, muy admirado, –así siempre lo llamé- escribí bastante (así consta en los archivos de Religión Digital), pero del Papa Francisco muy poco. Con los gorgoritos teológicos de Benedicto lo pasé muy bien, muy entretenido –reconozco, humildemente, que soy más de la especulación dura que de lo pastoral-, pero el Angelus de Francisco, día 3 de noviembre de 2013, sobre Zaqueo subido al sicomoro, me impresionó tanto que lo sigo llevando conmigo grabado en el móvil. Mis críticas a la “papolatría” contemporánea y a “santos súbitos”, extraños a la tradición, constan en mis escritos, pero no me impiden reconocer lo que juzgo excepcional y destaco (sin ninguna pretensión, pues soy modesto laico por la gracia de Dios). La ventaja es que aprendí en La Torah aquello de: “No hay que hacer de nada un ídolo…”.
Es de justicia recordar las desinversiones en empresas pecadoras en estos dos últimos años, porque lo que pasaba con anterioridad (informaciones tengo) en las inversiones del Vaticano sí que eran de escándalo (tantas veces “último tenedor de…”).
Me parece de Justicia alabar el trabajo inmenso de este Papa entre fornicios, mafiosos y viciosos (un día habrá que escribir sobre esas que llaman indebidamente “sobrinas”, las italianas y las llegadas del Este –Eslovenia, los eslovenos y las eslovenas son una joya- que tantas virguerías saben hacer).
Ya lo escribió Golding: “Un pié no puede andar solo”. Pues por eso, desde la segura insignificancia, creo que en estos momentos, casi descorazonadores, hay que apoyar a instituciones eclesiásticas fundamentales, al actual Papado, en primer lugar, y, después, a Órdenes Religiosas como la mencionada al principio, y a Institutos, que cuentan en su seno con personas ejemplares y entusiastas, en las que tanto pienso y causan en mí admiración.
Y no me olvido de mi posible pecado: Sedere cum viris vanitatem
PS. Antes, de los que salían de las academias pontificas en Roma, se decía que habían mamado sutilezas tales como bostezar sin abrir la boca. En un ambiente muy complejo, las continuas indiscreciones y/o eruptos, forzosamente llevan a la indiscreción total, con ayuda de la locura por no poder o saber administrar lo excesivo. No obstante, pido la pietas pagana y la piedad cristiana.