“ Ay campanera”

 

 

Cualquier momento es bueno para trasladarse a la región de la melancolía y más cuando menos se espera, sin estar programado, y eso me ocurrió cuando me dirigía al trabajo y  una cadena de radio emitía los primeros compases de una antigua y famosa canción de mi niñez, “Ay  campanera”, interpretada por el genial Joselito, una de las estrellas del cine y la canción allá por los años 60 , cuyas películas se proyectaban con cierta frecuencia en los cines de Lugones (Avenida, Nora)  y que hoy, sin mucha base, sólo con los sentimientos, creo que fue la canción más antigua que recuerdo haber oído y que me evoca aquel aparato de radio, entre cuadrangular o rectangular, con su ventana abierta para escoger las emisoras, con sus botones de nácar, con su chasis bordado en la parte frontal y la carcasa sólida y brillante en su zona trasera. El aire de la época estaba cargado de los sones de la campanera y del “emigrante”, con su sobrecogedora frase de  “cuando me fui de mi España”, muy oportuna para la situación que en aquel entonces se vivía – recuerdo que el año 1962 fue el año que más gente se fue de España, y que las dos principales fuentes de ingresos de nuestra nación fueron durante tiempo las divisas de nuestros emigrantes y el turismo-. Por aquel entonces también se  representaba en nuestro teatro “La Camisa” de Lauro Olmo, que  trataba de este mismo tema: la emigración, el desarraigo.

 

Eran los tiempos de posguerra, del piso compartido  con derecho a cocina, de los primeros bloques sindicales,  de la emigración interior o éxodo del campo a la ciudad, y de la copa de guinda, anís corriente, caña u orujo para empezar la jornada. La  sirena de las fábricas (Didier, Metales) y las campanas de la Iglesia se alternaban en sus funciones. La sirena para convocar al trabajo o al descanso; las campanas, para avisar a misa, oración, festividad o muerte, amén de otros menesteres o imprevistos que supusieran una alarma para la ciudad, ya fuego u otra alerta que surgiese . Eran los tiempos del examen concienzudo para  recibir la primera comunión – el catecismo de 2º grado al dedillo- y de la abundancia de aspirantes para ser monaguillos, y donde el sacristán- en mi época era Gelín Manteiga, más conocido como “Huevu”-  enseñaba como ayudar a misa y tocar la campana según los sentimientos del pueblo.

 

Han pasado algunas décadas y el tañido de la campana,  por motivos que se me escapan –ausencia de campaneros, de voluntarios comprometidos o  por escasez de tiempo…- es eléctrico , ha perdido frescura, limpieza , naturalidad, ya no transmite sentimientos  ,se diría que es neutro, híbrido, transgénico, artificial , símbolo de la sociedad de chicle, del hombre clínex,  de las etiquetas y artificios que nos rodea. Las torres de las iglesias están deshabitadas, badajo y cuerdas ancladas, ya no importa que su tañido se expanda y se oiga en los contornos más alejados, pues en muchos lugares ni vecinos quedan. Ya no hay campaneros ni campaneras, muchas de sus sinfonías o casi todas se han perdido. La última vez que mis oídos escucharon un clamor, un llanto interpretado por campanero tuvo lugar hace ya algunos años en la parroquia de Granda , donde por el toque se sabía si el difunto  era hombre, mi apreciado Jesús.

 

A tenor de lo dicho qué lejos quedan aquellos versos que Rosalía de Castro dedicaba a los emigrantes gallegos que se iban para las Américas: “Campanas de Bastabales, cando os oigo tocare, morrome de soidades”.

 

Hoy, después que Clarín, en un artículo fechado  en junio de 1875, nos dijese que:” Conozco perfectamente el espíritu de mi patria, y sé que jamás se consentiría al muecín llamar a los fieles a la oración al caer la tarde, ni a ninguna hora”, y cuando sabemos que su vaticinio fue erróneo, se nos invita a tocar las campanas para alertar del peligro de desintegración que nos acecha, a escuchar sus sones, a defender lo que somos y lo que seremos, pues todo ello o mucho se dilucida cada día y especialmente el próximo diciembre, concretamente el día 20, cuando se cumplen cuarenta y dos años  del atentado y  muerte del almirante Carrero Blanco. Ese día las campanas de la conciencia y de la responsabilidad tocarán por nosotros, por todos nosotros. ¡Mantén bien abiertos tus oídos y actúa en consecuencia!¡No permitas que nada ni nadie ningunée, desprecie y  perjudique a España!



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