Lengua materna

Habló la lengua de mi madre, y ese idioma recubierto de eses, haches, esdrújulas y verbos,  donde el presente y el pasado se conjugan,  es mi forma de expresarme, la herramienta de que dispongo  ante cada uno de los actos de la vida. Sin ella estaría mocho, tuerto y tullido.

 

Dentro de sus matices soporto mi estructura espiritual, cada uno de lo anhelos, angustias y quimeras de las que estoy cimentado.

 

 Con ese habla pronuncié por vez primera el nombre de madre e ineludiblemente, cual mortaja, será un padrenuestro dicho en español el salvoconducto que me escoltará entre  el valle de las sombras.

 

 A razón  de  tal conversa, he podido comunicarme con los seres más amados; entoné melodías, grité de raudal alegría y maticé  mis primeras balbuceantes palabras.

 

Gracias a sus galanuras, he podido expresarle a una mujer el eterno desvarío repetido desde los albores del alba humana. “Te amo”.

 

Esta lengua ha servido como  vela contra las marejadas, y gracias a esos alisios, recalé en Venezuela cuando el cuerpo era lozano, la mirada acuciosa, el deseo de aventura henchido, el corazón bombeaba desbordante de ímpetu y la mirada  más  limpia que la alborada.

 

 Elio Antonio de Nebrija, el que expresó en proverbial acento “atreveos a saber”, nos puso la primera gramática en las manos, y hoy,  a quinientos años y alguno más  del suceso, el trabajo del conventual  filólogo ha germinado en roncones de  medio mundo.

 

 En la actualidad,  más 500 millones de personas hablan español.

 

 Don Quijote y Sancho Panza han sido – con creces – los mejores embajadores, y aún siguen cabalgando en los labrantíos de La Mancha  deshaciendo entuertos.

 

La obra del acucioso humanista  estuvo  dedicada  a Isabel  la Católica; en sus páginas habla  de los propósitos de su esfuerzo. La reina, guarnecida en Medina del Campo - su niña bonita de piedra -  le pregunta al gramático, profesor en Salamanca y Alcalá, la razón de ese  tratado.

 

Debió de parecer una extravagancia, dentro de los muros desguarnecidos del castillo castellano, decirle a la soberana que regular el habla desde la cuna debería ser “cual respirar”.

 

 Isabel tozuda,  igualmente abiertas de luces, comprendió, y le abrió su feudo a las hermosas palabras que se enlazaban entre sí de forma prodigiosa.

 

 Y como el idioma español, amables lectores o lectoras,  es preciso, no soy quien para abusar del tiempo en esta cuartilla.

 

Al decir Alfonso X el Sabio: “El mucho hablar envilece las palabras”.


Cierto y   franco en demasía.



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