La odisea de los expatriados

En política la caridad no suele ser  una virtud sino la inhabilidad de hacer una planificación que supusiera, una vez puesta en marcha,  la solución social equitativa que se necesita.

Esa situación la enfrenta la Unión Europea con Alemania a la cabeza, al pretender ser una enternecida ONG  sobre miles de expatriados a recuento de   la precipitación y sentido de culpabilidad ante el desastre dejado en Libia, Siria e Irak, con la salida sus pésimos gobernantes y la llegada  de los grupos fundamentalistas que representan el fanático Estado Islámico.

De aquel légamo han venido estos polvos, siendo el más espinoso la marabunta de emigrantes llegados de esas naciones donde ya no hay leyes constitucionales ni quien las imponga, y sí desolación, hambre, enfermedades y un aciago futuro.

  Europa debe seguir germinando  en el humanismo de Thomas Mann y  Goethe, y ahora en la égida de George Steiner y el filosofo Slavoj Zizek.

Este eslovaco, Slavoj,  reconocido sociólogo, filósofo y profundo  analista de nuestro tiempo, acaba de exponer esta semana con visión certera, que  el  viejo continente de la civilización moderna “debe aceptar los nuevos refugiados hijos del capitalismo global y herederos del colonialismo, pero a la vez debe fijar reglas claras que privilegien el estado de vida europeo”.

Lanzó un dardo encendido de polémica  y dio en el blanco de la conciencia continental  envuelta en confusiones, dudas y  aprensiones ante una crisis humanitaria  más honda que la emergida  al final de la II Guerra Mundial.   

El fértil  escritor, autor de  “Hegel y la sombra del materialismo dialéctico” y “Menos que nada”, responde, sin señalarlos,  a  trece diarios europeos que en un editorial conjunto publicado el 10 de septiembre, hablan de solidaridad hacia los refugiados; de los dirigentes políticos que están haciendo poco y nada ante   la necesidad histórica de mantener  la región  a salvo de los yihadistas demenciales que han lanzado al mar  y a los caminos desolados a millares de  expatriados, a los que ahora desean  salvar de los fanáticos ultrarreligiosos  que destrozan cuerpos, almas  y reniegan de los deberes y derechos democráticos, bastión que Europa nunca supo – ni quiso – diseminar  en sus antigua colonias, tanto en África como en todo el Oriente Medio.  

En medio de esto se escuchan  voces y toques de atención no ganados a la idea de que se deban abrir las puertas a todos los necesitados sin tomar en consideración que en medio de esa avalancha, vendrán sin duda descarnados terroristas.

El escritor Fernando Sánchez Dragó se preguntó: “¿Es fascismo, xenofobia,  islamofobia  o sentido común  suponer que en la cresta y en el vientre de las olas de refugiados surfean predicadores del yihadismo, terroristas de gatillo fácil y descuideros  de la inmigración ilegal?”.

 Abrir los portones a los que huyen del terror y la persecución de los fanáticos religiosos del Islam  no debe ser  incompatible con la intención de impedir la entrada a la UE a grupos de fanáticos  que,  aprovechándose de la generosidad de una mano extendida, están dispuestos a destrozarla con una bomba.

Es más: tomar disposiciones para acabar con el origen de esa tragedia de proporciones espeluznantes, es tarea primordial de las actuales autoridades europeas.  Hay que recibir a todos los desamparados,  protegerlos, ayudarles, a la vez que se soluciona sin medias tintas – y usando la fuerza si necesario fuera -  la situación escabrosa en sus terruños de salida.

 Ni una acción -recibir a los que escapan con cuatro malos enseres sobre los hombros-, ni la otra -estabilizar Siria, Libia, Irak, Afganistán y Yemen-,  deben ir separadas. Es ahí donde los políticos deben  dejar paso a los estadistas, al ser notorio que un político piensa en el hoy, mientras que un estadista lo hace con mirada amplia en el mañana prometedor.

 Y aquí es donde la moral de Slavoj Zizek penetra, cuando afirma que Europa debe organizarse e imponer reglas y regulaciones claras.

El control de los expatriados debe reforzarse mediante una red vasta que abarque la totalidad de la Unión Europea.

Los refugiados deben respetar las normas: ninguna tolerancia a la violencia religiosa, sexista, o étnica, ningún derecho a imponer a los demás la propia forma de vida o religión. “Si una mujer opta por cubrir su rostro, su elección debe ser respetada; si  decide no cubrirlo, su libertad será garantizada”. Ese cúmulo de reglas privilegia la forma de vida de Europa Occidental, y es un precio por la hospitalidad.

 Si estas pautas  son admitidas, el fundamentalismo y el racismo serán abolidos con la convivencia.

 No se debería temer a los que llegan de otras tierras: las culturas ecuménicas surgieron a partir de emigraciones.

El autor de estas líneas, sabe de lo que habla,  ha sido un desterrado durante 40 años.



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