Cruzar fronteras

 

Cada uno de los refugiados que  atraviesan las fronteras tras dejar caminando Grecia, Albania, Kosovo, Serbia, Rumania, Hungría y Austria, procedentes de Siria,  asumen un  fin: ir al encuentro  de Alemania, el país más rico y próspero de Europa.  No  desean otro destino esperanzador, sin embargo en las dolorosas circunstancias en  que se hallan lo aceptarán hasta que puedan ir a la tierra ansiada.

 

 El niño encontrado  ahogado la semana pasada  en una playa turca colmada de bañistas  perturbó indivisas   conciencias humanas. No todas.  Los países del Golfo guardaron mutismo. Los expatriados de la guerra, en su mayoría de religión de musulmana, merecerían más altruismo de sus  afines de fe.

 

La muerte del pequeño Aylan es una odisea imposible de despachar en unas líneas. ¿Quiénes son los responsables? Todos a una. La  inestabilidad de Siria, Irak, Libia y Yemen ha sido consecuencia de  una política represiva demencial de los grupos yihadistas  cuyo remedio es la infame enfermedad misma. Occidente pretendió limpiar estas zonas de dictadores desalmados  y surgió  una plaga infame: la llegada del Estado Islámico, un estrago espeluznante cuyas consecuencias son, y serán,  de espanto.

 

El gobierno nacional Bonn puede recibir a varios miles,  no a todos. Muchas de estas familias –la mayoría jóvenes entre 16 y 25 años -  simplemente aceptan la mano de extendida de Angela Markel. Muy pocos o casi nadie, han pedido quedarse en Turquía, Jordania, Arabia Saudita o Egipto, ya que estos feudos  no representan sus sueños. Ir a la patria  de Goethe, Beethoven o Adorno  es una fascinación,  y aún así, no todas las quimeras pueden cumplirse.

 

Y en esas circunstancias, con el anhelo de llegar a Grecia  tras dejar  a sus espaldas la guerra de Siria, estaba la familia de Addulá Kurdi. Pisar el suelo helénico de Kos a 4 kilómetros de  Bondrum, Turquía,  era el primer paso al encuentro del Edén esperado: La República Federal de Alemania.

 

Es posible que alguna vez  sepamos – o no lo sabremos nunca – el precio pagado.  Con el dolor no se hacen cabriolas y,  aún así,  debemos hacer la pregunta: En Turquía no hay guerra. ¿No se podía haber esperado antes de hacer una travesía en una pequeña balsa  de plástico hinchada?

 

Quizás los dioses sepan la respuesta. Nosotros no. Peor aún: nos acongoja.

 

 (Añadido: Una nota de prensa que explica parte del drama )

 

Más de cuatro millones de refugiados sirios se hacinan en campamentos míseros de las vecinas Turquía, Líbano, Jordania e Irak. Centenares de miles han emprendido o se disponen a hacerlo la travesía desesperada a Europa -junto a afganos, iraquíes y otras nacionalidades-, aunque muchos han perecido y otros seguirán muriendo en el Mediterráneo. ¿Por qué no huyen a los ricos países árabes del Golfo Pérsico, donde les espera un éxodo mucho más seguro y un futuro confortable?

 

Los refugiados, tanto políticos como económicos, optan por Occidente y están dispuestos a pagar cualquier precio. Pero existe también un rechazo recíproco por parte de las petromonarquías del Golfo Pérsico. Más allá de algunos gestos aislados dirigidos a la galería, Arabia Saudí, Qatar, Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos han dado olímpicamente la espalda a los desesperados que se han visto desplazados, por millones, por los conflictos armados en la región.

 

Las autoridades saudíes han deslizado la tesis de que una llegada masiva de sirios a su territorio crearía problemas de seguridad. Riad siempre ha sido rival de la dictadura de Damasco, y teme un afán de revancha. El argumento no se sostiene: la inmensa mayoría de los refugiados y desplazados sirios no son chiíes -la secta musulmana de los Assad- sino suníes, la corriente musulmana mayoritaria que tiene su epicentro en Arabia Saudí.

 



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