Versión original

Cuenta el anecdotario periodístico que cuando el Arzobispo de Canterbury visitó por primera vez New York, a finales del siglo XIX, un reportero de los que le esperaban en el aeropuerto le preguntó: ¿Qué opina de los prostíbulos de Brooklyn? Asombrado, el prelado preguntó a su vez: ¿Hay prostíbulos en Brooklyn? Al día siguiente en la primera página del periódico se leía: “La primera pregunta del Arzobispo al llegar fue la de si había prostíbulos en Brooklyn”.

¿Qué podía haber hecho la oficina de prensa del prelado? Si la situación se hubiera desarrollado en la actualidad y en nuestro territorio, tendría la oportunidad de utilizar el mecanismo que le ofrece la Ley Orgánica 2/1984, y al entender que la información publicada contenía datos inexactos que le causaban perjuicio, instar al periódico en cuestión a publicar la correspondiente rectificación.

También podría haber optado por una solución más drástica, por impropia -teniendo en cuenta que el Arzobispo no es fuente permanente de noticias-, y haber creado una página de información ad hoc que podía haber bautizado con el nombre, por ejemplo, de “versión original”.

Esta última alternativa es la que ha incorporado la Alcaldesa Carmena en el Ayuntamiento de Madrid para “emitir información, publicar notas aclaratorias o ampliar la propia información”. Es una decisión que yo entiendo, aplaudo y apoyo, sin por ello dejar de reconocer que en estos primeros días de mandato está fallando la comunicación con los ciudadanos. Pero a todo se aprende.

“Versión original” es una página web que algunos tildan de desmentidos pero quienes se tomen la molestia de leerla, entenderán que es de precisiones.

En este asunto laten varios problemas que es preciso destacar.

En primer lugar –y ello no debe interpretarse en detrimento del ejercicio de la noble profesión periodística-, en ocasiones se ofrecen informaciones que no reflejan con la suficiente precisión determinados hechos o acontecimientos, porque resulta extraordinariamente difícil dar con el matiz, y no podemos olvidar que en el periodismo, al igual que en la abogacía o en la medicina, por citar solo unos ejemplos, se impone la hiperespecialización, sin caer en el extremo de la taylorización (cada uno sabe hacer solo una cosa).

En segundo lugar, en el periodismo, al igual que en la judicatura o en cualquier otra actividad humana, hay una cierta ideología, y las noticias no se tratan de la misma manera en un diario liberal que en uno conservador.

En tercer lugar, junto a periódicos serios que llenan sus páginas con comentarios, análisis y reportajes, hay otros que tienden al sensacionalismo y utilizan el mecanismo que los alemanes denominan “Schaden-freude”, el placer del dolor ajeno.

En cuarto lugar las redes sociales (facebook, twitter...) se han globalizado y la totalidad de la población puede difundir opiniones e ideas. En los periódicos, por sectarios que pudieran ser, hay, al menos, un control, pero con estas redes sociales todos los que habitan el planeta, incluidos locos, idiotas y calumniadores, tienen derecho a la palabra pública.

Ante este panorama ¿por qué no se le va a reconocer al Ayuntamiento de Madrid el derecho a la libertad de comunicación, a la libertad de expresión y a la libertad de información?

Cuestión distinta es que en esta web se indique el nombre del medio que publicó la información supuestamente inexacta. Eso es ir muy lejos. Pero salvada esta cuestión, “versión original” no tiene por qué merecer reproche alguno.

La verdad absoluta es imposible de alcanzar. La información “veraz” que ampara la Constitución Española solo sería factible con el silencio. Permitamos que convivan en armonía el derecho a informar, tanto de los periódicos como del Ayuntamiento de Madrid.

 

 



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