Nostradamus pasa por ser el mejor autor de profecías de la historia de la humanidad. A pesar de que utilizaba un lenguaje ambiguo y lleno de simbolismos, complicado de interpretar, usaba su sabiduría para conjugar hechos y personajes del pasado con hechos y personajes del futuro, hechos iguales con personajes equivalentes.
Un profeta capaz de aventurar hasta los escándalos de la Casa Real (sus intérpretes creen intuirlo en su cuarteta "La dama griega de belleza láctea, Feliz hecha de proceso innumerable, Fuera trasladada a reino Hispánico, Cogida cautiva llora por muerte miserable), no alcanzó a advertirnos de la existencia de un personaje como Artur Mas.
Es precisamente el método de razonamiento descrito el que impide repocharle tan significativa laguna. A buen seguro, en la historia de la humanidad no ha existido un gobernante de personalidad tan compleja.
Obsesionado con el proceso soberanista al que está dedicado en cuerpo y alma, proceso que solo una parte de la sociedad catalana comparte, busca referentes históricos que le den fuste y todo ello para esconder una manifiesta incapacidad para gobernar.
Los calificativos que le dirigen los ciudadanos en las redes sociales, dan que pensar: " soberbia típica de un trastornado mental, rutina expresiva, falta de tacto, lentitud, necesidad de dominar, vanidad excesiva, ausencia de "seny", inestabilidad, megalomanía, extremismo, imprudencia, altivez, egoísmo, iluminismo, autoritarismo, caudillismo, intolerancia, envidia, obstinación, orgullo, mezquindad..."
Los medios no van a la zaga: Juan Velarde lo llama el Moisés catalán y fullero que se ufana de burlar la ley; Ignacio Camacho lo tilda de tramposo que presume de serlo y lo llama Arturo el fullero; José María Carrascal califica su proceso electoral como timo descarado y fraude de ley.
El sindicato Manos Limpias presentó ante la Fiscalía General del Estado una denuncia acusando a Mas de convocar unas elecciones plebiscitarias en claro fraude de ley y comparando su actuación en los dos últimos años con el golpe del 23-F y con los atentados del 11 de marzo, solicitando su detención.
A los ciudadanos de a pie nos sorprende que un gobernante anuncie públicamente que va a cometer un delito de incitación a la secesión, un golpe contra la Constitución y que no pase nada. Se dice que el Decreto de convocatoria de elecciones es legal, pero se olvida que la conducta de Mas hay que enjuiciarla en su conjunto, es decir, Decreto más manifestaciones públicas e indicios cuya interpretación global conducen a una consulta plebiscitaria. El propio Mas afirma sin rubor que el proceso requiere de cierta picardía para que no haya impugnaciones.
Desde la perspectiva de un sistema democrático es difícil justificar la existencia de personajes como Mas y que, además, el sistema los proteja y les otorgue como pago fondos privilegiados a sabiendas de que los va a usar para destruir el Estado, a no ser que admitamos que estamos en presencia de un político afectado del Síndrome de Hybris y, por ello, disculpemos su actuación por inimputable.
No soy neurólogo pero examinando los síntomas de esta enfermedad, no descarto que Mas la padezca.
Fueron los griegos los primeros en utilizar la palabra hybris para referirse a la persona que, ebria de poder, trastocaba su personalidad, perdía la conciencia ética y era incapaz de discernir y escuchar a los demás, iniciando una peligrosa tendencia de huída hacia adelante conduciendo a sus pueblos al desastre, la ruina y la confrontación.
La enfermedad fue descrita por David Owen, Ministro de Asuntos Exteriores británico y también neurólogo, como la patología que afecta a determinados políticos que comienza en una megalomanía instaurada y termina en una paranoia acentuada. Son políticos presa de un narcisismo calenturiento, de un iluminismo ilustrado que produce un trastorno psico-patológico en base al cual ni oyen ni atiendes a razones, confundiendo la realidad con la fantasía en una suerte de embriaguez de poder.
Los gobernantes afectados de este síndrome dejan de escuchar, entienden que sólo sus ideas son las correctas y se rodean de una legión de "pelotas" profesionales que no vacilan en felicitarles hasta en sus equivocaciones.
Owen aborda también la necesidad de establecer unas barreras de protección democrática para abortar la presencia de este tipo de personajes enfermos y ponerse a resguardo de su desmesura psicológica, de su trastorno paranoide, de su locura, sugiriendo al respecto que sea la propia ley electoral la que establezca los filtros adecuados tanto los relativos a la salud física y fisiológica como psíquica, de modo similar a las pruebas médicas exigibles al resto de los empleados públicos.
Debo confesar que no soporto a Mas. Cuando presiento que va a salir en la televisión cambio de canal. Un minuto en el dentista se hace largo, un minuto de música y bailes tradicionales más largo todavía, pero un minuto escuchando a Mas es insoportable. El otro día, viniendo de Madrid, paré en un área de servicio y mientras tomaba un café, en la tele estaban hablando de las elecciones catalanas, lo que presagiaba la entrada en escena de tan denostado personaje y como no tenía dominio sobre el mando, busqué refugio en los servicios; consideré mejor opción leer los mensajes escatológicos de las paredes que oír el racaraca habitual.
Estamos ante un problema sin solución política inmediata. Las relaciones de Rajoy con Mas son tan estables como la Unión Soviética en 1989 y, tienen el mismo futuro, si los electores catalanes, a quienes se les presume la inteligencia necesaria para salvaguardar su economía, no lo remedian.
Tengo recogida en mi cuaderno de citas una cuyo autor desconozco que viene muy a cuento: " La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder".