La raíz del conflicto

Se hace vital conocer en esta época ligada  a la presencia  brutal del terrorismo religioso, que la raíz del conflicto entre sunnitas y chiítas nace del Islam tras la muerte de Mahoma.  La brecha surgida  hace más de mil  años no sólo determinó las oscuras relaciones en Oriente Medio, sino que representa, con el  Estado  Islámico fundamentalista, una de las mayores amenazas de la civilización tal como la conocemos.

 

Esta animadversión  no sólo ha mantenido dividido al mundo musulmán, sino que alimenta un conflicto sin solución aparente el cual sigue cobrándose vidas en Irak, Siria, Pakistán y en aquellos países donde el extremismo religioso exacerba miedos y resentimientos atávicos.

 

La gran división  es debida a las reivindicaciones sobre el primer califato tras la muerte del profeta. El primo de Mahoma,  Ali, al ser derrocado por una facción rival, los omeyas, huyó al este, donde fue sometido por el ejército de los vencedores; su hijo, Husein, capitaneó más tarde una inútil resistencia en Karbala, en el Irak actual, y fue asesinado.

 

De aquí proviene la determinación de la mayoría sunní de erradicar lo que consideran la negativa de los disidentes recalcitrantes a aceptar el verdadero Islam.

 

Y de esta derrota surge la idea de los chiíes (en árabe significa “defensores”) de solidificar una minoría agraviada que permanece a la espera para vengarse de los usurpadores, y ver el regreso del Mahdi, el redentor, descendiente directo de Husein que, según se dice, despareció en una cueva hace 11 siglos.

 

Este concepto de martirio es imprescindible en las prácticas religiosas de los chiíes: sus adeptos se hacen cortes, reciben azotes y se mortifican  recordando a Ali y Husein. Sus palabras se vuelven sufrimiento y rebeldía. En sus ceremonias resalta la sangre y la lucha, hacia una  quimera de sociedad perfecta.

 

Los chiíes constituyen el 23% del conglomerado musulmán en el mundo, y están concentrados en Irán (forman mayoría abrumadora), Irak y el Golfo Pérsico, igualmente comunidades en el Líbano, Yemen y Azerbaiyán.

 

En Irán, su tradición cismática ha reforzado un antiguo nacionalismo persa que con desdén se mantiene al margen de los árabes; en el resto del mundo, los chiíes constituyen una minoría oprimida y atenazada, a la que se le niega poder político y posición social.


 



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