Alcaldadas en Barcelona, Valencia y otras villas

Algunos de los  nuevos regidores  o alcaldesas  surgidos de las pasadas elecciones, son personajes risibles, desubicados. Ninguno de ellos o ellas,  ha asimilado en la democracia que estamos viviendo, las libertades y el respeto a  las ideas de los contrarios.

Dos de  estos personajillos, la alcaldesa de Barcelona y el corregidor de Valencia,  dan “vergüenza ajena”. Expulsan rencores asimilados durante años de sustracciones mentales.

La miliciana Ada Colau decía  al día siguiente de prometer su cargo, que con ella llegaba un  terremoto de  cambios políticos y sociales. Una tomadura de pelo, pura ignorancia. Lo único que ha hecho,  dejando a media España con la boca abierta a cuenta de su chirigotada, ha sido bajar el busto de Juan Carlos I de una peana. Se la comió, tenía deseos de hacer una tontería. Y la hizo la chulapa.

Joan Ribó, nativo de Cataluña y alcalde de Valencia, otro cuatro y medio de lo mismo: suprimió en la famosa batalla de las Flores, la más antigua de la ciudad del Turia, la música española, y ahora está empeñado- como una de sus descomunales ideas - que la Fiesta del Orgullo Gay sea la  charanga  más popular de Valencia. ¿No sería posible, camarada Ribó, una verbena de los (o las)  heterosexuales o vamos a marginarlos por no ser gays? 

Pensó, para su gusto de comunista, que esas notas son burguesas. Ahora marxista es cualquiera. Lo difícil y trágico es haberlo sido en tiempos de la dictadura franquista. ¡Qué brioso es el hombre de hoy! Además,  tiene dentera al idioma español - lo hablan 559 millones de personas en el mundo – y cree necesario hurtarle horas en las aulas para dárselas  al valenciano primero y,  después,  al catalán de su nacencia.

A los dos, la Colau y el  Ribó, les falta mundo, cruzar fronteras. Tienen aptitudes pueblerinas y ceguera mental, igualmente un desconocimiento integral del sentido del humanismo que nos hizo a los que vivimos en estas heredades, europeos y seres del mundo.

Encajaría en medio de esta batahola de bajezas políticas,   leer el  libro “La idea de Europa”, de George Steiner.  Un puñado de páginas arropadas bajo  una introducción de Rob Riemen dentro de la égida de Thomas Mann, el hombre que  mejor  supo vislumbrar  el sentido europeo sin fronteras ni reinos de Taifas como parecen ser ya Barcelona, Valencia, Pamplona, Zaragoza, Santiago de Compostela y otros conucos.

 Nos recuerda Riemen, el organizador de las Conferencias de Nexos Institute, como en 1934 el autor de “La montaña mágica” tuvo que escribir una necrológica  para un hombre que había ocupado un espacio importante en su vida: Sammi Fischer, su editor húngaro-judío de Berlín, la persona que, en gran medida, “había hecho posible que él llegase a ser escritor”. Mann relataba la siguiente conversación que había tenido lugar la última vez que vio al anciano amigo. El librero expresó su opinión sobre un conocido común:

-          No es europeo, dijo meneando la cabeza.

-          ¿No es europeo, señor Fischer? ¿Y por qué no?

-          No comprende nada de las grandes ideas humanas.

Y recalca Rob: “Las grandes  ideas humanas. Eso es la cultura europea. Eso  es lo que Mann había aprendido de Goethe”. Y éste de Ulrico von Hutten, cuando un día exacto, el 25 de octubre de 1518, escribió una carta a un colega  en la cual le explicaba que,  aunque era de noble cuna, no deseaba ser un aristócrata sin habérselo ganado. “La nobleza por nacimiento es puramente accidental y, por tanto, carece de sentido para mí. Yo busco el manantial de la nobleza en otro lugar y bebo de esas fuentes”.

 Y en ese instante nació la verdadera hidalguía, la del espíritu, esa que brota del cultivo de la mente para  llegar a ser algo más de lo que también somos: animales.

En el pensamiento de Steiner, Europa es ante todo un café repleto de gente y palabras, donde se escribe poesía, se conspira y se habla de filosofía sin separarse de las grandes empresas culturales, artísticas y políticas de Occidente.  Igualmente, de la razón, la fe y la tradición, es decir, el humanismo que nos forma libres.

Los alcaldes o regidoras   que ahora ocupan la silla del poder municipal en España, deberían darle algún tiempo a sus irascibles actitudes desbocadas y leer el pequeño tomo  de  George Steiner. O,  si les parece mucho,  otros dos igualmente cortos de páginas: “España invertebrada” de Ortega y Gasset, y  “El laberinto vasco” en la pluma de Julio Caro Baroja.

Después de hacerlo, tal vez dejarán de  ser unos montunos o cabras tirando al monte.

 



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