La salud y los wateres de las gasolineras

Como la canción del verano o la dieta milagrosa, la visita al water de las gasolineras se repite cada vacación y con los mismos problemas.

A diferencia del hombre nómada que utilizaba la naturaleza como inodoro, el hombre sedentario inventó el WC (“water closet”: agua encerrada o armario con agua) con el que intentó combinar dos exigencias. De un lado, alejarse de sus desechos tanto como le pedía su olfato; de otro, poder satisfacer las perentorias e inopinadas necesidades de su sistema digestivo.

La defecación que hasta entonces se hacia en público (Erasmo de Rótterdam, autor de uno de los primeros libros de etiqueta de la historia, advertía que “es descortés saludar a alguien mientras está orinando o defecando), pasó a ser un acto privado.

Esta privacidad se mantiene no solo en el recinto sagrado del domicilio, sino en cualquier otro recinto público que frecuentemos por obligación, por devoción o por vacación.

Esta práctica alcanza, obviamente, a los WC de las gasolineras cuya visita resulta obligada en estas fechas.

Sea con el eufemismo masculino “¿dónde puedo lavarme las manos?”, con el femenino “¿dónde puedo empolvarme la nariz?” o con el infantil “mamá quiero mear”, el repostaje es seguido de una visita al WC.

A salvo de excepciones que podríamos contar con los dedos de una mano, los WC de las gasolineras, que casi en su totalidad adoptan el modelo taza de Roca, ofrecen un estado lamentable: mensajes escatológicos, sexistas, racistas, decoran un recinto húmedo y decrépito en el que muchos de los visitantes anteriores han dejado sus tarjetas de visita con todos los datos.

Pues bien, el modelo taza que en teoría supuso un avance en la comodidad para defecar, se convierte en un grave problema de salud para todos nosotros y es causa habitual de hemorroides, trastornos de erección y apendicitis.

La explicación es simple: el músculo puborectal que es el encargado de contener las heces mientras no queremos expulsarlas, actúa como una especie de cabestrillo para el recto, de tal manera que cuando nos sentamos el recto solo se afloja parcialmente, siendo la postura en cuclillas la que garantiza que el citado músculo libere por completo el camino que van a recorrer nuestros excrementos.

Si esto es así, resulta que el deplorable estado de los WC de las gasolineras es de agradecer y, quizá, no responde a un comportamiento incívico de la fauna que los visita, sino a una voluntad consciente y premeditada en beneficio de nuestra salud.

En efecto, el insalubre estado de estos “recintos privados” obliga a adoptar soluciones heroicas.

 En el caso de los hombres, si las necesidades son menores, bastará con situar los pies en el lugar menos mojado y soportar los olores; si las necesidades son mayores e insoslayables, lo más aconsejable es adoptar la postura tailandesa que consiste en subirse a la taza, ponerse en cuclillas y tener suerte.

En el caso de las mujeres el tema se complica porque sea cual fuere la necesidad, la postura tailandesa es obligada. Eso sí, se recomienda colgar el bolso de la cabeza y si la puerta no tuviera cerrojo –que es lo habitual- lo más práctico es adoptar la pose del Discóbolo de Mirón extendiendo la mano izquierda o, si la distancia lo permite y resultara más cómodo, la cabeza a modo de tope para evitar visitas inesperadas en tan comprometida situación.

Vemos, pues, que los WC de las gasolineras se convierten en nuestros aliados saludables al obligarnos a hacer nuestras necesidades en cuclillas.

Ello no quiere decir que debamos importar a nuestros “tronos” las mismas condiciones higiénicas de los WC de las gasolineras. Bastará con que adquiramos un pequeño taburete con forma de peldaño para conseguirlo.

No le arrendamos las ganancias a Roca si algún despacho de abogados avispado les presenta una demanda por atentado contra la salud al haber sustituido la letrina tradicional por la taza.

En todo caso, y dejándonos ya de eufemismos, dos máximas que deberían figurar en los luminosos de las gasolineras:

“Defecar da gusto, oler da pena, no seas guarro y tira de la cadena”.

“Defeca feliz, defeca contento pero, por favor, defeca dentro”.

 



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