Alexis Tsipras, con la destitución de sus ministros díscolos, acaba de consumar su claudicación ante los mercados y la troika. Y lo que es aún peor: acaba de entregar la soberanía de su país e hipotecar el futuro de los ciudadanos griegos. Una pena y una vergüenza para la nación que, con su historia y sus enseñanzas, más aportó a la civilización europea occidental.
Tal y como se desarrollaron los acontecimientos en los últimos meses, cabía tener esperanza en que los líderes griegos podrían frenar, con nuevas propuestas, la ola de austericísmo interesado impuesto por Alemania y la ola de desigualdad económica y social marcada desde ese macro despilfarro que se llama pomposamente "Unión Europea". Los tiempos nos confirmaron que todo va a seguir empeorando para los griegos obligados a la sumisión indefinida.
Tsipras no solo no dimitió sino que destituyó a parte de sus colaboradores, los que precisamente defendieron las propuestas con las que ganaron la confianza de los votantes en las últimas elecciones generales helenas.
Una marioneta más se incorpora al elenco del mercadeo y del absurdo teatro político europeo.