Tengo amigos gais y amigas lesbianas. En mis estancias en Madrid nunca dejo de visitar el barrio de Chueca y soy cliente habitual de tiendas regentadas por gais. No soy, por tanto, sospechoso de tener ningún tipo de recelo contra la orientación sexual de las personas.
Dicho esto, no deja de sorprenderme en cada una de sus ediciones, y más aún en la de este año, el desfile del día del orgullo gay.
Inicialmente concebido como un acto público por la tolerancia y la igualdad, se ha convertido en un desfile presidido por los excesos y por el exhibicionismo. Lo que podía ser un desfile colorido, incluso con un carácter político, lúdico, divertido, multiétnico y cultural, se convierte en un acto de dudoso gusto, que incluso puede ser ofensivo y herir la sensibilidad de determinadas personas.
Hacer ostentación de los genitales y enseñar el culo, actos que en sí mismos pueden violentar la moral pública, no parece que sea el mejor modo de reivindicar una causa, sea cual fuere el motivo de la misma.
Cada cual debe vivir su orientación sexual sin avergonzarse, con los mismos derechos del resto de los ciudadanos, pero siempre que se respeten los usos de la convivencia ordinaria.
Al hilo de esta cuestión, la propuesta formulada por la representante de Somos Oviedo en el Ayuntamiento de la capital del Principado de Asturias, en el sentido de reservar un cupo, «tanto en empleo público como en planes de empleo», para los colectivos de gais, lesbianas y transexuales, es tan extravagante como el propio desfile.
Dejando a un lado los transexuales, que efectivamente tienen unas connotaciones que los diferencian del resto de los colectivos y que quizá por ello se hacen acreedores de un trato diferenciado, no alcanzamos a ver qué dificultades pueden tener a día de hoy los gais y las lesbianas para acceder a un empleo público. ¿Su orientación sexual les impide preparar un temario y desarrollar un ejercicio, sea este oral o escrito?
Los únicos cupos existentes en la legislación vigente están referidos a personas discapacitadas, y nos negamos a admitir que los gais y las lesbianas sean acreedores de esta condición.
Ciertamente, algunas comunidades autónomas han aprobado leyes que proclaman la igualdad de trato y la no discriminación de lesbianas, gais, transexuales y también bisexuales e intersexuales, pero se trata de leyes que constituyen un auténtico brindis al sol, puesto que en realidad se limitan a proclamar la no discriminación, pero sin contener medidas concretas que la materialicen.
Cuando se producen excesos, tanto en los comportamientos como en las medidas, lo único que se hace es perjudicar la propia causa, puesto que se enfatiza la existencia de una orientación sexual que a día de hoy no plantea ningún problema en los países civilizados.
Por tanto, convivamos con toda normalidad con los gais y las lesbianas, como así lo venimos haciendo, no los discriminemos, ni siquiera con medidas positivas, y eso sí, reflexionemos sobre el fenómeno de la transexualidad y tratémoslo específicamente.