Grecia: Volver a tejer

Es tal el desbarajuste postrado  sobre Europa  tras el triunfo de “no” en el referéndum griego, y tan considerables los análisis  emergidos en los medios de comunicación – ocuparían varios tomo de la enciclopedia Espasa – que para un alevín de las inflexiones políticas, sería mejor que las aguas turbulentas regresasen – si posible fuera -  al encuentro de  su desbaratado  cauce.

La Europa que comenzó en los cafés de Viena  ya no será la misma tras el sufragio griego, y durante  semanas  intentará,  de diversas runas,  contener el ahogado aliento.

 Y es que el país de Jenofonte, tal como lo conocemos hoy, es la lluvia mezclada con otras muchas. Primero fuera jónico, después dorio, y esas  alianzas en el Peloponeso han sido  la causa de la llegada de un Filipo de Macedonia con la toga de hilo zurcida a su retoño Alejandro.

 Sin darnos cuenta somos un poco griegos y hemos absorbido  ese caparazón.  Allí surgió la  cualidad que hizo al hombre ecuménico: el diálogo.  Sin él, la cultura occidental sería inconcebible.

Uno mira las heredades y promontorios de  Grecia con respeto, sabiendo que parte de nuestra memoria  humana  se alza en esa tierra ocre, entre rocales, islas,  ensenadas, alabastro  y salitre.

El día lejano en que el gran Eurípides  suplicó no derramar  lágrimas nuevas  sobre penas antiguas, destapó el frasco en el que se mezclaba la esperanza con unas gotas de agua de rosas, ese bálsamo que los pueblos de oriente dan a los enfermos del alma cuando las cantigas, el olvido y la lepra los envuelven.

Takis Varvitsiotis, poeta griego venido de Salónica, habla iracundo sobre filosas  hojas de romero manoseadas, del apego y el olvido, como otra competencia del espíritu ante los avatares de la subsistencia,  una práctica del alma siempre difícil de poder ganar:

 “El libro cerrado, el violín dolorido, / o un ángel roto que vela”.

Lo bucólicos versos, la estratagema, el ejercicio físico   como culto a los dioses, el amor libre, la pasión hacia los efebos, se volvieron un sortilegio prodigioso arrancado al tiempo ineludible en los  dramas escénicos bucólicos.

Las comedias han finalizado. Se subió el telón. No  está Medea aullando en su entorno desquiciado. Tampoco una Hécuba que comprenda tantas mezquindades. Sócrates se encierra en un psiquiátrico y allí terminará Tsipras y su fiel escudero Yanis Varufakis. Recordemos: en los pueblos blancos de Grecia  hay molinos de viento cuyas aspas exhalan gruñidos de gigantes.

En el medio, una forma de ser llamada democracia  cuyos intrínsecos valores se hallan  más apegados a sus pagarés que a los hechos de la existencia cotidiana.

Los votos helénicos, con un “No” introducido con rabia  en las urnas hasta rebosar, mal le sirven ya  a la Grecia del inefable euro.

Habrá que conseguir otra nueva  Penélope que teja de noche y deshile lo consumado al alba de cada día.

Con la apesadumbra salvedad de que ya no tendrá  ni un desolado pretendiente que la pueda ayudar en su  abatida  soledad.

Acaso aparezca, montado en despellejado rocinante,  Putin,  y con él,  lleguen falsos tesoro de los azares a los pies del Partenón.  

No hay perplejidad, no la podrá haber: la semana que ha comenzado es de órdago ante el embarazo griego



Dejar un comentario

captcha