No será mi persona quien tenga la certeza de apuntalar que en ciertas ocasiones algunos pueblos se suicidan y, aún así, es cierto: Grecia es ahora un ejemplo trágico, al haber nacido precisamente ese aciago concepto allí.
Hablar del valor de la antigua Hélade en el sendero de Europa, tal como la pensó siglos después George Steiner, sería errado cuando se intenta reinventar la historia, ya que los occidentales de alguna forma somos griegos, aún a sabiendas de que el país fue turco tras la Constantinopla romana. En la actualidad, hasta sus platos típicos provienen de los otomanos.
Se repite tenazmente que la democracia nació en Atenas, no en Esparta ni Tebas, y de tanto oírlo, lo hemos creído fielmente sin ser exacto. En esa sociedad ni las mujeres ni los esclavos tenían derechos. El voto era únicamente potestad de un grupo selecto de ciudadanos que no llegaba al 15 por ciento de la población. Nadie, apenas Edith Hamilton, autora del libro “El camino de los griegos”, tocó de pasada el tema mientras a todos nosotros se nos llenaba la boca afirmando que allí – en esa pequeña ciudad - nació la democracia.
Ninguno de los estudiosos del mundo de Pericles, el astuto estadista, ni los discípulos de Anaxágoras y Zenón de Elea, tampoco Platón o Heródoto, el padre de la historia, y menos Homero, hicieron posible la democracia. Hablaron de ella, no la practicaron. Ninguno caviló, ni en lo más remoto de sus pensamientos, que un esclavo, cautivo o mujer pudieran ser autónomos.
En la Atenas antigua germinaron las ideas, el diálogo, nunca el humanismo que eleva al ser humano al cenit de sus valores más nobles.
Leyendo “La Orestiada” de Esquilo, uno contempla como el Estado está gobernado de vanidad, avaricia, engaño y vulgaridad, y eso es visto ahora en toda su dimensión, ante las patrañas de Alexis Tsipras, primer ministro griego.
Se puede ser joven – se cura con los años - , no lelo. Eso de hacer un referéndum sobre la permanencia de Grecia en la Unión Europea, es una actitud cobarde. Un mal político – y él lo es – piensa en el hoy, mientras un estadista lo hace viendo el mañana. Es un error poner en manos de los ciudadanos lo que él debería enfrentar como jefe del Gobierno.
Tras la votación del domingo, ¿habrá vida después de al muerte? Si cuando se habla de naciones. Los pueblos no desaparecen, se trasforman. Eso, en medio de tanta marabunta, quizás consuele a los helénicos.