Intentaba platicar de la bochornosa corruptela de la FIFA cuando recordé que sobre fútbol mis conocimientos son de párvulos. Del tema se hablará a partir de ahora mucho, no obstante, una vez entrado en el balompié, el amanuense no está predispuesto a cambiar de tema ya que cuesta mil peripecias llenar una cuartilla.
No habrá lugar para esconderse estos días del vendaval que se acerca arremolinado en el esférico de un balón relleno de dólares mal habidos.
En cierta ocasión leí que la adversidad del futbolista - supongo que también la vida - se produce a partir del momento en que se marca un gol y el equipo contrario no atina a lograr el empate y pierde el partido.
El autor de “La guerra del fútbol”, el polaco Ryszard Kapúscinski, decía que ese juego “es cruel al ser demasiado humano”.
Lo acepto. La existencia es un cúmulo de eventos que forjan la esencia humana. De todo lo que sucede a nuestro lado nos queda, a veces, una brizna de aire, otras un escozor en el cuerpo; las más, pesadumbres que el tiempo ayuda a disipar y solamente deja nítidos y palpables, los instantes sensibles.
A tal razón no siento ánimos de borronear el tema de la FIFA. Espero que el noble lector – si algunos conservo – me disculpe.
Lo reconozco: soy deplorable con el futbol, no veo partidos, y aún así, cada domingo intento saber si el Sporting de Gijón, el club de mi ciudad marinera, venció o perdió. Solamente una vez leí algo sobre ese juego, invento de los ingleses allá por los años de Maricastaña, cuando la reina Isabel II era emperatriz de India y Disraeli – su mejor primer ministro - concibió el imperialismo. Han llovido años.
Ahora bien, hace tiempo releí en Caracas unas páginas – sabrosas, sinceras – narradas por Lázaro “papaíto” Candal, el gallego más universal que conozco después de Rosalía de Castro y Castelao. Trabajó en el periódico que yo terminé dirigiendo.
Tengo cortos los caminos literarios: voy de Stefan Zweig a George Steiner, pasando entre Iván Turgueniev, Anna Ajmátova, Marina Tsvetáieva, Constantino Cavafis, Giuseppe Tomasi de Lampedusa, Pietro Citati Leopardi, Marguerite Yourcenar, Cesare Pavese, Gabriel García Márquez, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Blas de Otero, Curzio Malaparte, - de James Joyce solamente “Dublineses” - haciendo parada y fonda para descanso del alma, en los aposentos de Chateaubriand - todos deberíamos leer “Memorias de ultratumba” - y en la luz que siempre arroja sobre la propia vida el polaco Isaac Bashevis Singer, moradas donde me escondo y veo el mundo cruzar cual la luz o la sombra, es decir, con aprensión o colosales y pesarosas dudas.
Al ser los avatares de la existencia humana un campo deportivo vasto de beligerancias, cada una de las sombras, candilejas, juegos o negocios parten del mismo punto: los sueños y las ambiciones de cada uno de nosotros.
La llamada “batahola de la FIFA” pasará… “pasar haciendo camino, camino sobre la mar” – Machado (don Antonio) – y en el remolino de nuestros actos cotidiano permanecerá, algún corto tiempo, el vaho de un recuerdo o el polvillo que va soltando cada pedazo de olvido. A sabiendas, después de todo, que el deporte es supervivencia, gozo, enfado, gritos, desilusión, pasión, dolor, alegría sin fin, es decir: la vida misma.
Las palabras de Albert Camus, premio Nobel de Literatura y portero de la selección argelina, pudieran ser el colofón de nuestras líneas:
“Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al futbol”.
Uno no puede decir lo mismo, y aún así, son válidas las palabras del autor de “El extranjero”.